No hay nada de espectacular en una habitación de hotel, en donde he ingresado y salido un sinfín de veces desde que comencé a trabajar aquí. Pero por más que haya visto la misma decoración, la iluminación y el mismo espacio; tenía un aire diferente. La persona que se había hospedado adornó los muebles con sus pertenencias: un juego de colonias, cremas, una pila de libros y revistas.
Mikaela se paseó por su habitación, recogiendo su cámara de la mesita de noche y volvió a sentarse junto a mí. Nuestras rodillas chocando al igual que nuestros hombros. La distancia se acortó aún más cuando se inclinó para mostrarme la pequeña pantalla. Para borrar las malas impresiones, coloqué mi teléfono sobre la mesita y me volví hacia él.
—Aquí también había ido por negocios. La oficina estaba muy cerca de la plaza principal y me escapé un segundo para tomarme todas las fotos que pude —pió, señalándome a un sonriente Mikaela con un traje azul marino—. Llegué a tomármela junto uno de los bailarines —prosiguió.
—¿Y no te llegaron a robártela? He escuchado que la tasa de crímenes ahí es muy alta. Como la marca del hotel también se expande a Sudamérica, los huéspedes piden ayuda en recepción durante los carnavales de Río —me volví hacia él, sorprendido—. Bueno, es lo que he escuchado por parte de mis superiores.
—Si alguien tratase de asaltarme —me dijo en un tono más bajo, acercándose sigilosamente—, se llevaría una sorpresa. —Mikaela me guiñó, lo cual hizo que me tiemblen las piernas.
Ambos nos quedamos en silencio, mientras que volvía a sentir una gama de vergüenza por los morbosos pensamientos que se dinamitaban en cada rincón de mi pútrida mente. He considerado que tengo un boleto en primera clase para un viaje directo al infierno, y es uno sin retorno. No tengo chance de ser perdonado cuando Mikaela anda respirando descaradamente, posando su mano sobre mi muslo. ¡Qué caradura!
—¿De qué hablas? ¿Traes una pistola contigo en el bolsillo o qué? —inquirí nervudo, retirándola de un manotazo. Mikaela me devolvió el gesto con un agarre más fuerte, lanzándome sobre el sofá.
Mis piernas habían terminado flexionándose, dejándome en una posición fetal en la esquina. Mikaela aprovechó mi pánico para treparse por los bordes y arrinconarme ferozmente, dejando que el peso de su estómago se apoye sobre mis rodillas y nuestros pechos estén a la misma altura, acortando la distancia de nuestros rostros.
—Se podría decir que tengo algo mucho más grande para enseñarte.
—¿Un rifle?
Mikaela se alejó, distorsionando su rostro en una cómica expresión. Sus hombros temblaron y cayó a un costado, cubriéndose la boca. Una estruendosa risa salió de sus labios.
—No, Yuichiro —replicó risueño, palpándome las pantorrillas—. Yo sé judo —agregó, forzándose sobre mí nuevamente para llevar sus dedos a mis axilas—. ¿Quieres robarme? ¿Es eso?
Mi risa se escuchó como el apareamiento de un cerdo y de un primate. Fue tan alborotada y chillona que Mikaela también se empezó a carcajear conmigo. Yo siempre he sido muy cosquilloso y se me era imposible mantener la cordura. Pataleaba y me retorcía, suplicándole que deje de hacerlo.
—¡No, no te he robado nada!
—¡Claro que sí! —insistió Mikaela—. ¡Te estás robando mi cariño!
Hubiese dejado de reírme cuando escuché sus palabras, pues mi corazón latió a mil por hora. La fuerte impresión solo hizo que me tire un ruidoso pedo sobre sus piernas. La flatulencia se desenvolvió como una veraniega brisa con un intrépido olor. Mikaela dejó de hacerme cosquillas y me miró boquiabierto.
Más rojo que nunca, me incorporé y lo empujé. Me salté la mesita de café y salí pitando de ahí. No quería escuchar lo indignado que estaba por haberlo contaminado. Tampoco deseaba que me gritase por haberle robado sus fosas nasales.
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Mikaela Hyakuya y el chico del 804
Hayran KurguYuichiro, un joven empleado de un lujoso hotel de cinco estrellas, tiene un secreto: los dioses lo han maldecido; o eso murmuran las mucamas. Pese a hospedarse en el mismo recinto con refinadas meriendas, Yuichiro tendrá que batallar con los huéspe...