La mañana había transcurrido tranquila. Solo vino una familia que me hizo la vida imposible, ni bien sus malditos engendros comenzaron a toquetear todo mi módulo de trabajo.
Uno de ellos tiró todo el florero lleno de agua sobre mi teclado y tuvimos que llamar a uno de los muchachos de servicio para que limpiara todo el desastre. Y claro, me gané una reverenda puteada que casi me deja sordo cuando mi supervisor se enteró.
Suspiré por las desdichas de mi vida y empecé a revisar los perfiles de los huéspedes que vendrían a hospedarse con nosotros dentro de unas horas. Todos eran una sarta de ricachones que habían pedido tragos caros y otros lujos que no podría costear en mi miserable existencia. Pasé de perfil en perfil hasta que una mano se posó sobre mi hombro.
Brinqué del susto.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí. La enfermera dijo que tendría que tomar un par de analgésicos hasta que el hinchazón bajase... —Torcí una mueca—. Discúlpame por haberte dejado todo el trabajo. Tuviste que esperar tres horas hasta que otra persona cubriese mi turno, Krul.
—No te preocupes —replicó, encogiéndose de hombros y mostrándome una traviesa sonrisa—. Al contrario, me la pasé fenomenal verificando la información de ese apuesto hombre. Le hubiera preguntado si estaba soltero.
—¡Es cierto! —Chillé, recordando de inmediato a la intrigante persona de ayer—. ¿Cómo se llama? ¿Cuál es el futuro apellido de mis hijos? ¿Sabes de dónde es? ¡Dímelo todo! —Insistí, zarandeándola con brusquedad.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo al acomodarse el uniforme, apartándome con suavidad.
Ella se fue a su ordenador para teclear el nombre de su usuario y su contraseña. El sistema de reservas Opera maximizó la pantalla y abrió la lista de clientes que teníamos. Buscando en el largo registro, en el historial del día anterior, una fotografía llamó nuestra atención. Era él.
«Mikaela Hyakuya»
«País de procedencia: Rusia»
«32 años»
—Para ser ruso, sí que hablaba muy bien el japonés. Me sorprende que te hayas inclinado a saludarlo —musitó ella, inspeccionando cada parte del perfil—. ¡Mira, Yuichiro! Él se está hospedando en el cuarto 812. ¿Qué no está en el mismo piso que el tuyo?
—¡Esto es el destino, Krul! ¡Mi esposo tiene un nombre tan elegante! ¡No importa si es mayor que yo! En el amor, todo se puede —le aseguré, sacando mi teléfono.
Enfoqué la cámara sobre el hombre que me robó el corazón y le tomé una foto.
—¡Pero qué estás haciendo! No le puedes tomar una fotografía a uno de nuestros clientes —me advirtió, brincando para arrancharme el celular.
—¡No seas aguafiestas!
Ambos saltamos dentro de nuestro modulo, tambaleándonos hasta que mi móvil resbaló de mis manos y fue a deslizarse por todo el pulcro piso del lobby. Asustado de que alguien lo fuese a pisar, bordeé el área de recepción y troté hasta éste. Al agacharme, antes de que pudiese agarrarlo, otra mano mucho más blanquecina que la mía lo recogió.
—Esto debe de ser tuyo. —Él se incorporó, dándole un rápido vistazo a la pantalla.
Quería morirme. Para ese entonces, el protector de pantalla se había activado y estaba completamente negro. No estaba seguro si Mikaela estaba disimulando el haber visto su propia fotografía en mi celular o simplemente no le importaba.
Él me lo entregó y lo recibí monótonamente, ruborizándome cada vez más.
Él no lo soltaba.
—¿Te encuentras mejor, Yuichiro?
No tenía idea de cómo sabía mi nombre. Lo único que hice fue tirar de mi móvil, cabizbajo por el terrible carmesí que se impregnó en mis mejillas.
—¡G—Gracias! —Exclamé apenado, inclinándome.
Me di media vuelta y me fui corriendo como todo un desposeído.
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Mikaela Hyakuya y el chico del 804
FanfictionYuichiro, un joven empleado de un lujoso hotel de cinco estrellas, tiene un secreto: los dioses lo han maldecido; o eso murmuran las mucamas. Pese a hospedarse en el mismo recinto con refinadas meriendas, Yuichiro tendrá que batallar con los huéspe...