—Tal vez tu hermano tiene razón —murmuré, recostándome sobre el asiento.
—¿Qué quieres decir?
En el camino a casa, varios días después del atentado contra las fosas nasales de mis futuros suegros, decidí sacar a la superficie el tema que había estado evitando. Después de platicar un poco sobre nuestra relación, me invadieron las dudas sobre qué tan preparado estaba para afrontar las típicas desgracias que siempre terminan siendo un grave inconveniente. Mikaela giró sobre su eje, dándome el encuentro con una sorpresiva expresión.
—Puede que yo no sea tu mejor opción —repliqué angustiado—. Te quiero mucho, Mikaela. Pero pienso que tú eres compatible con otra clase de persona. Yo tiendo a meterte en líos súper bochornosos... Y no es la primera vez que sucede. No aporto monetariamente, no soy muy guapo, tampoco soy un genio. Creo que soy lo suficientemente promedio. Tú te mereces alguien mejor que yo.
—¿Cómo quién? —inquirió en un tono áspero, arrugando la nariz ligeramente. Se llevó el índice entre sus labios, empezando a mordisquearse la uña.
—No lo sé. Alguien que este a tu altura. ¿Un colega del trabajo? Inclusive un modelo de revista. Creo que Mitsuba sería realmente feliz si te viese con un verdadero hombre. Sinceramente, yo no te llego ni a los talones. Sólo soy un chico que vino a la capital para poder mantenerse y poder enorgullecer a mis padres, de alguna forma. Un chico tan común y corriente como la hierba que crece en los parques.
No escuché en qué momento nos detuvimos, solo sentí que frenamos de golpe. Mikaela salió primero por el lado derecho, mantuvo la puerta abierta y me ofreció su mano. Lo contemplé perplejo, sin entender el porqué de nuestra súbita parada en una de las tantas calles. Al notar que no avanzaría, Mikaela ingresó con medio cuerpo y me jaloneó. Una vez fuera, le pagó al chofer y cerró la puerta. Ambos lo vimos perderse al doblar una de las esquinas.
—Sígueme —ordenó sin soltarme de la muñeca.
Anduvimos por los estrechos callejones, abriéndonos paso entre la multitud. Pasamos por varias tiendas familiares en donde horneaban panes y preparaban postres tradicionales. El aroma a vainilla era inconfundible al igual que el café cargado que despedían varios locales de comida. Y al cruzar por una de las puntas, Mikaela se dirigió a un pequeño puesto de croissants. Pidió dos, acompañado de dos bebidas calientes. Me entregó una con una media sonrisa y me indicó que me adelante en dirección arriba, por el camino de piedras. Continuamos a paso lento por la pendiente, degustando de la masa y el té.
—¿A dónde vamos? —me aventuré a preguntar, esperándolo a un costado.
—Hay una plaza a la que me gusta ir. Giramos a la derecha en aquella curva. —Señaló con su nariz—. Pasaremos por otras tiendas y llegaremos.
No mucho después, llevando los vasitos de cartón a la mitad, llegamos. La plaza era un amplio espacio empedrado con una pileta en el medio. Por el clima se encontraba apagada, aunque se podía disfrutar de las diminutas camas de flores que decoraban alrededor de las bancas. Mikaela se aproximó a una y me invitó a tomar asiento junto a él. Nos quedamos callados lo que pareció ser una eternidad, disfrutando de nuestra simple compañía y del leve bullicio de la tarde.
—Yuichiro.
Mikaela me observó con más calma, suavizando el tono de su voz cuando prosiguió:
—Tienes razón.
Perdí el aliento. Me chocó cómo lo dijo, sin pelos en la lengua.
—Eres un joven que vino a la capital a conseguir un buen trabajo, ganar el sueldo promedio para salir adelante. —Hizo una pausa y suspiró—. Pero para mí, tú vales más que eso. Ninguno de los dos contaba que nos conoceríamos en la peor circunstancia posible. —Acortó nuestra distancia, rodeando mis hombros—. Estaba estresado con la tonelada de documentos, aburrido de la rutina. Y llegaste tú. Tú con tus ocurrencias, tu torpeza, tu picardía y tu fingida inocencia que hacía que mis mejillas se adormezcan de tanto sonreír. Yo no necesito un modelo ni un actor, mucho menos un genio que descubra la cura para una terrible enfermedad. Yo solo quiero a un chico como tú.
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Mikaela Hyakuya y el chico del 804
FanfictionYuichiro, un joven empleado de un lujoso hotel de cinco estrellas, tiene un secreto: los dioses lo han maldecido; o eso murmuran las mucamas. Pese a hospedarse en el mismo recinto con refinadas meriendas, Yuichiro tendrá que batallar con los huéspe...