Cuarto 10

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A comparación de la embarazosa primera cita, la segunda había ido a la perfección. Comimos el curry más delicioso de todo el universo, nos fuimos a pasear a un festival antes de la función de la película. Para la medianoche, ya estábamos sentados con nuestro gigantesco pote de cartón y nuestras bebidas. La velada había sido un éxito.

Para la tercera cita, nos fuimos al zoológico. Y en las siguientes, nos paseamos por toda la ciudad. Había conocido lugares y puntos de los cuales no había escuchado jamás. Ni estaban en los folletos que ofrecíamos. Aunque de los lugares que había ido con anterioridad, el ambiente era diferente. Tener de compañía a Mikaela solo hacía que el paseo sea más divertido.

No solo fueron atracciones turísticas, sino también su propia oficina. En nuestras charlas, me enteré que Mikaela había venido desde Rusia para implementar un nuevo proyecto de lácteos que embazaban leche fresca con las vitaminas necesarias para adultos mayores. Conocí un par de sus colegas y él conoció a los míos. En pocas palabras, habíamos comenzado a salir de manera no muy oficial. Habíamos accedido a conocernos mejor antes de dar el siguiente paso.

Pensé que la diferencia de nuestras edades sería una barrera durante nuestros encuentros. No lo sé. Asumo que siempre vi a Mikaela como un señor trabajador, maduro y serio. Para mi sorpresa, fue todo lo contrario. A su edad, él seguía siendo un bromista de pacotilla, se carcajeaba como si no hubiese un mañana y me molestaba cuando se le presentaba la ocasión. Sin embargo, las veces que lo vi tratar con sus colegas o revisando sus documentos por las tardes en el restaurante del hotel, se veía tan profesional. Tan... endemoniadamente sensual.

—¿Qué sucede? ¿Tengo algo en la cara? —Mikaela levantó la mirada, acomodándose los lentes que se le habían caído hasta la punta de la nariz—. ¿O es que también te estás enamorando de mí? —agregó al retirárselos.

Un flechazo perforó mi corazón y mi rubor se expandió al haber sido atrapado, contemplándolo.

—No sé de qué hablas —balbuceé, desviando mis orbes.

—Como digas —replicó, sacándome la lengua—. Solo dame un par de minutos más y me alistaré para salir.

Solo asentí.

Mikaela continuó leyendo los documentos que tenía apilado en el escritorio. Sus dedos se pasaron por los botones de su camisa, los cuales habían quedado a medio desabotonar y prosiguió removiéndoselos uno a uno hasta que su pecho quedó completamente expuesto. La corbata que había quedado colgando alrededor de su cuello, también se la desprendió la pasársela sobre la cabeza.

—¡Bien, termine! —me informó, colocándose de pie. Mikaela arrimó la silla y se volvió hacia mí. Yo seguía sentado sobre la cama, jugándome de manos.

—Genial...

Mikaela se quedó observándome y se empezó a desnudar. Su serio semblante no se inmutó cuando pegué un grito ni bien lo tuve encima de mí. Había caído sobre las sábanas y no me podía mover con su tremendo peso sobre mis muslos. Mikaela avanzó, llevando sus labios a mi cuello.

—¡Oye! ¡Mikaela! —grité con el rubor hasta la punta de mis orejas—. ¡Detente! ¡N—no podemos!

—¿Por qué no? Te he invitado a salir todo un mes...

—Eso no tiene nada que ver —murmuré, apartándolo. Ambos nos quedamos sentados sobre el catre—. Simplemente no quiero hacerlo contigo todavía.

Mikaela se quedó pensativo y se deslizó fuera de la cama. Él abrió uno de sus cajones, dándome la espalda y lo volvió a cerrar. Cuando se dio la vuelta, se encaminó hasta mí con uno de sus puños cerrados. Al sentarse a mi lado, me cogió del brazo.

—Toma —me dijo. Lo miré extrañado y extendí la palma de mi mano para recibir lo que tenía ahí—. Pensé en dártelo más tarde.

Un delgado aro plateado cayó. Me quedé boquiabierto.

—¿Me estás pidiendo matrimonio, Mikaela?

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora