Cuarto 15

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Uno de los pecados capitales es la Ira.

Mi madre siempre me dijo que había sido un buen chico. Hacía todo lo que me pedía, no infringía leyes y trataba de comportarme como un verdadero caballero. Hice todo lo posible para aparentar que era un hombre decente, pese a tener una mente retorcida y algo pervertida.

Lo que nunca supe fue que podía zafarse un tornillo en mi cabeza, terminaría marchando por el pasadizo del hotel, sacaría el anillo que siempre traía conmigo y se lo tiraría en la cara de Mikaela. No sé en qué momento volví a mi habitación, después de haberle gritado todos los insultos posibles. Mi pequeño corazón se había hecho añicos, mis lágrimas caían mientras seguía apoyado sobre el borde de la cama. Mis pedos se salían como ambientadores convencionales, me oriné de la impresión y lloriqueé sin parar hasta la madrugada. Tampoco sé cuántas veces tocaron mi puerta, llamaron a mi teléfono. Nada de eso importaba.

Me dormí en algún momento y deseé no despertar.

Al día siguiente no me presenté al trabajo, ni los otros tres días. Llamé a mi superior con una voz de ultratumba y pedí adelantar mi descanso. Sorpresivamente, aceptó. Tal vez le debo de haber dado tanto miedo porque no salí a comer ni un solo bocado. Me mantuve tirado en mi cama como una morsa, dejando que el televisor me haga compañía.

Durante la tarde, me pareció escuchar su voz. Mikaela estaría tocando mi puerta, preparando una buena excusa por lo que había presenciado. Nada podría hacerme creer que él me había abandonado. Nuevamente, alguien volvió a tocar la puerta.

—¿Yuichiro? ¿Estás bien?

Ni siquiera tenía fuerzas para levantarme y abrirle la puerta. Y al parecer, no tuve que hacerlo cuando se abrió con una de las llaves maestras. Era Krul, cargando con una bolsita de plástico.

—¡Yuichiro! —chilló al verme, cerrando la puerta detrás de ella—. ¿Qué ha ocurrido? Guren me dijo que te escuchó medio raro por el teléfono. No pensé que estarías al borde del colapso. Te traje algo de comer del restaurante.

No tenía energías para responderle. Solo asentí.

—¿Sucedió algo con Mikaela?

Las náuseas me invadieron. Quién iba a pensar, que de alguna manera, me había empezado a enamorar poco a poco. Solo quería acostarme con él, pero la mera idea de tener que compartirlo, me daban ganas de vomitar y seguir llorando.

—Él está con otro. Me ha abandonado. Los vi besándose. Mikaela me buscó como loco, pero no quiero verlo.

Krul siguió observándome en silencio.

—Era un tipo rubio, cuerpo atlético y tan perfectamente parecido a Mikaela. Hubieran hecho la pareja perfecta. Y su traje también denotaba que tenía mucho dinero.

Ella enarcó una ceja y me sacudió.

—¡Yuichiro! Espera —dijo ella, frotándose la barbilla—. ¿Cuándo lo viste? ¿Hace un par de noches?

—Sí. De seguro se metieron a su cuarto para revolcarse.

Krul me dio un fuerte golpe en el muslo.

—¡Idiota! ¡Es un malentendido!

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora