Cuarto 16

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Con el manojo de llaves en mano, salí en pijama por el corredor hasta llegar a la puerta de Mikaela. Toqué una y otra vez. No hubo respuesta. Krul había salido detrás de mí, gritándome un par de cosas inentendibles. Ignoré por completo lo que me decía y abrí la puerta con la llave maestra. Empujé la madera y me metí a la habitación.

—¡Ah! —chilló una muchacha, desnuda bajo las sábanas.

—¡Largo de aquí! —rugió su pareja.

Rojo de la vergüenza, salí pitando y me di el encuentro con mi amiga.

—Te estoy diciendo que él se ha ido... ¿Podrías escuchar cuando te hablo?

—¡No puede ser que haya sido su hermano! ¿Pero por qué mierda se darían un beso en la boca? No importa si es parte de la cultura, eso es asqueroso. ¿Dónde rayos se habrá ido? Necesito irme de una puta vez.

Tampoco la volví a escuchar. Me metí a mi cuarto, me puse un par de zapatillas y salí sin cambiarme. Corrí hasta el elevador. Se demoraba una eternidad en subir. Desesperado, me aventé por las escaleras y bajé a zancadas, dando largos brincos que me dejó los tobillos adoloridos. Ya en el primer piso, me pasé por el lobby y salí a la calle.

—¡Mikaela! —grité a todo pulmón, ganándome las miradas de todos los espectadores—. ¡Mikaela!

Derrotado, me apoyé sobre mis rodillas e intenté retomar el aire.

—¿Yuichiro?

En la fila de taxis, un hombre se haya en el último, con medio cuerpo adentro. Mikaela salió del compartimiento, contemplándome con un aire confuso. Con la poca energía que me quedaba, me arrastré hasta él. Me sentía tan mareado que pensé que iba a desfallecer. Ese es el problema cuando uno no come todas sus comidas por un tiempo tan prolongado. Me mantuve apoyado sobre los vehículos, moviendo mi humanidad a la velocidad de una tortuga.

—Mikaela... —lo llamé en un tono de súplica.

—Yuichiro —repitió mi nombre, acercándose hasta mí para envolverme en un abrazo—. Te ves demacrado. ¿Te encuentras bien?

—¿Por qué no me lo dijiste? —sollocé, golpeándole el pecho—. Pensé que me habías dejado. —Mis lágrimas cayeron a cantaros—. Al principio me había resignado a verte porque estarías mejor con otra persona. Lo había comprendido. Pero cuando te vi con otra persona, besándose, creí que moriría.

Mikaela suspiró profundamente. No estaba seguro si era porque estaba aliviado o porque el trabajo lo tenía abatido. Su semblante tampoco era bueno. Sus ojeras, sus ojos cristalinos.

—Lo siento.

Fue lo único que dijo antes de darme un amoroso beso.

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora