Cuarto 14

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Dos semanas han pasado.

Mikaela dejó de buscarme uno de esos días. No estaba seguro si debía ponerme a llorar que deje escapar al hombre más suculento de todo el planeta o agradecer que se hubiera marchado por siempre. Es posible que encuentre a alguien mejor que yo. Un chico que no anda teniendo erecciones en público, que se desangra y le cuesta afeitarse el matorral cuando no tiene dinero suficiente para comprarse una navaja.

En efecto, había cientos de hombres disponibles que eran un mejor partido. No culparía a Mikaela si decide brindarle su afecto a otro muchacho. Al menos fue una experiencia bonita mientras duro. Si lo veo, le diré lo que siento y que espero que sea feliz con el próximo caballero que elija. No me considero un celoso de miércoles, así que no habrá problema si ya comenzó a verse con otros.

Mientras que mis pensamientos seguían volviéndose más pesimistas, proseguí limpiando los espejos del octavo piso. Les pasaba el spray, les retiraba el polvo de los marcos y continuaba puliendo el metal que los adornaba. Al final del corredor, muy cerca del elevador y del cuarto de limpieza, arrastré el carrito para culminar con mi turno. Pasé a paso lento por la habitación de Mikaela y consideré tocar la puerta. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos. Deje caer mi puño y continué con mis labores. Después de meter mis implementos, junte la puerta y busqué las llaves en mi bolsillo trasero.

Súbitamente, escuché unas voces. Una pareja había descendido del ascensor. Me escondí.

—¡Mikaela! —gritó una voz masculina—. ¿Hasta cuándo vas a seguir aquí?

No podía ser cierto. Me quedé prendido del marco de la puerta, sumergido en la oscuridad del cuarto de limpieza. Escuchaba sus voces, sentía sus pasos. Mi cabeza explotó y se imaginó todas las posibilidades. Mikaela me había olvidado, había empezado a salir con otro chico. Se me hizo un nudo en la garganta, mi pecho me dolía, mi corazón se desquebrajó y mi alma se esfumó.

Ambos caminaron, pasándose de largo hasta que pararon. Asomé mi cabeza y los vi en la puerta de Mikaela.

—Voy a permanecer en este hotel hasta que me plazca. No tengo que darte más explicaciones de lo que hago —replicó levemente enojado.

El chico que lo acompañaba era igual de rubio, ligeramente más bajo. Posiblemente, tenía mi edad o un poquito mayor. Iba vistiendo un traje a rayas, zapatos bien lustrados como todo un negociante. Era un mejor partido que yo, no cabía duda.

—¡No! ¡Tú volverás conmigo! —sentenció el joven, empujando a Mikaela contra la puerta.

Mikaela no se resistió, solo lo contempló en silencio.

—No.

—¡Lo harás! ¡No te dejaré ir por nada del mundo! Tú vendrás conmigo, así tenga que arrastrarte por las escaleras —chilló, acercándose a sus labios—. Te necesito. Vuelve.

Mikaela suspiró resignado, lo cogió de ambas mejillas y lo acercó, dándole un rápido beso.

Yo, Yuichiro, traficante de semen, había dejado de existir esa noche.

Estaba muerto.

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora