Cuarto 7

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La bocina y las fuertes luces del vehículo me tomaron desprevenido cuando salí a la calle. Una fuerza descomunal me jaloneó del cuello y dos fuertes brazos me envolvieron. Impactado por todo lo que acababa de suceder, solo atiné a parpadear una infinidad de veces.

Mikaela me tenía protegido del posible accidente de tránsito. Sentía su delicioso perfume a madera con ligeros toques de vainilla y chocolate. Repentinamente, su contacto desapareció y sentí sus manos sobre mis hombros. Su expresión se veía preocupante, casi como cuando un padre va a regañar a su hijo.

—¡En qué estabas pensando al salir disparado! —me amonestó con una mueca desaprobatoria—. ¡Pensé que morirías!

No sabía que responderle. Había perdido el habla. Asumo que era el temor de haberlo hecho enojar de tal forma. Su semblante era muy sombrío. No lo culpaba. No estaba pensando las cosas cuando decidí cruzar la pista sin fijarme en qué luz se encontraba. Mikaela dejó de apretujarme los hombros y soltó un suspiro, uno muy aliviado.

—Ten más cuidado —me suplicó con tranquilidad—. ¿Estás bien? —inquirió al examinarme.

—Sí, eso creo. No me pasó nada —me aventuré a responder, algo incómodo por las miradas de los transeúntes—. No te preocupes.

—Ven —comandó—. Vamos a mi cuarto. Te daré algo caliente.

Cuando lo escuché decir eso y ni bien empezó a guiarme por la cintura, no pude detener la manera en que mis pensamientos se tornaron tan sucios como los de una barata prostituta. ¿Acaso tendríamos eso? ¿Esta noche? De haberlo sabido, me hubiese afeitado el arbusto. ¡Bueno, lo admito! No estaba preparado para escalar a ese tipo de encuentros. Al menos deseé que fuera en nuestra quinta cita o un poco más lejano.

Decididamente, me paré en medio de la calle y me negué a moverme. Mikaela se volvió hacia mí, un poco curioso y se me acercó, retrocediendo hasta donde estaba.

—¿Sucede algo? ¿Te sientes mal?

¡Sí, claro! De seguro solo quería meterse en mis pantalones. Segurísimo estaba jugando a comportarse como todo un caballero y cuando me descuide, ¡Bam! Mi culito pagaría el precio de su brutalidad.

Lo aparté de un manotazo.

—Señor huésped, no soy ese tipo de muchacho —balbuceé nervudo, comenzándome a sonrojar—. Puede que trabaje en un hotel, pero no quiere decir que yo tenga esa disposición —agregué indignado—. ¡Soy un muchacho de su casa! ¡Hecho y derecho!

Mikaela solo me observó perplejo. Pasaron varios segundos hasta que estalló de risa. Él se llevó las manos al estómago e intentó calmarse.

—¡Qué es tan gracioso! —demandé saber con un carmesí más apasionado en mi mejillas—. ¿Dije algún chiste?

—¿Qué estás pensando? —inquirió con una divertida expresión, arqueando una de sus finas cejas—. Solo quería ofrecerte una taza de té. No es nada malo.

—¡P-por eso mismo! —contesté avergonzado—. ¡Me gusta el té verde puro, no convencional! —intenté inventar una excusa—. ¡Nunca dije que fuésemos a tener sexo! Quiero decir, al menos después de la quinta cita... —me cubrí la boca con ambas manos y dejé que mi alma se esfume.

Sus orbes celestes solo se agrandaron ante mi último comentario.

—Eres muy tierno —dijo entre risas, palpándome la cabeza—. No sabía que esto era una cita.

¡Mátenme, mátenme, mátenme!

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora