Capítulo 10

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Luego de desayunar, decidí salir un rato a caminar por el terreno. Sentía curiosidad de conocer mi nuevo hogar. Me coloqué un vestido color ladrillo con bordados blancos, agarre mi abrigo y salí de la enorme mansión junto al perrito, llevaba entre mis manos la pequeña pelota del animal.

Caminamos por varios minutos contemplando el paisaje árido y frio. Finlay se había ido temprano al pueblo a buscar las partes de la máquina de Thomas. Varias máquinas adornaban el paisaje gris y aburrido. Aburrido, esa palabra describía el paisaje, no había nada en aquel lugar, solo césped muerto que se extendía hasta la entrada principal. Cuando llegamos a un árbol, comencé a jugar con el perrito; como siempre el perro irradiaba alegría, jugaba con la misma dedicación del día anterior.

Pasamos por lo menos veinte minutos de esa manera, cuando regrese a la casa decidí hacerle una visita a mi hermano en su taller. Fui hasta el elevador, baje la palanca y el artilugio comenzó a subir permitiéndome observar toda la casa a medida que tomaba altura. El elevador se detuvo con una sacudida, la base de la cabina no había quedado perfectamente alineada con el piso, me encontraba en la base más alta de la mansión. ¿Cómo podrían poner "una guardería" en este sitio tan solitario y frio? Confinados a vivir dentro de cuatro paredes como prisioneros. Baje el cachorro de mis brazos para que inspeccionara el lugar.

Sin dudas había llegado a una guardería, el tapiz enmohecido y moteado mostraban dibujos de niños jugando, las polillas omnipresentes colgaban de las flores del tapiz. El primer cuarto al que entré se encontraba en increíble estado de negligencia, había una cuna y un baúl de juguetes, también había una pizarra. Recordé los primeros años de enseñanza, cuando mi madre me ensañaba a contar y a leer sobre su regazo, antes de tener edad suficiente para poder ir a la escuela con otros niños. Salí de aquel cuarto y cuando pasé por una esquina vi una silla de ruedas, las motas de polvo parecían formar una silueta sumamente delgada.

Un susurro.

Regresé mi vista de nuevo a la silla pero ya no había nada. Escuche el ruido de un taladro a lo lejos y me interné en la oscuridad siguiendo el ruido hasta que entré en una habitación estupenda, llena de juguetes, relojes, herramientas maravillosas. Fui recibida por una dama francesa, por un muñeco con un acordeón, un payaso adornaba la mesa principal del lugar al igual que varios patitos bastantes cómicos.

Y sentando frente a mí, dándome la espalda, se encontraba Thomas; refinaba el prototipo de la extractora de arcilla. Una repentina tormenta de nieve había azotado contra la casa, impidiendo que Thomas pudiera trabajar con el modelo real, de modo que no había perdido las esperanzas, intentaba perfeccionar su máquina. Se cubría con una fina frazada de lana, parecía un gran inventor como los de mis libros

-¿Te gusta Elizabeth?- Me preguntó sin mirarme

-Es maravilloso- Levante las cejas mientras contemplaba el lugar- ¿Cómo supiste que estaba aquí?-

-Por el crujido de la duela, el cambio de luz, es fácil darse cuenta de que uno no está solo en esta casa- se dio la vuelta y me dedicó una sonrisa cautivadora. Señalé las mesas llenas de juguetes.

-¿Tú los hiciste?- Pregunté. El asintió levemente.

-Solía fabricar juguetes para Lucille. Le hacía chucherías para mantenerla contenta- Sonreí con dulzura

-¿Estaban solos?- Le pregunté- ¿Aquí? ¿Siempre?-

-Nuestro padre siempre viajaba. La fortuna de la familia no se gastó sola, realmente se esmeró en conseguirlo- Me explicó con un deje de rencor en sus palabras- A ti también te hice un obsequio-

® Secrets in The Darkness ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora