Revelaciones

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Completamente ensimismada, Zelda siguió observando la dulce interacción que se encontraba frente a ella. Se sentía dichosa, pero al mismo tiempo culpable, pues con su silencio les estaba arrebatando el derecho a los seres que más amaba de poder estar juntos, sobre todo quitándole a su bebé la posibilidad de crecer bajo el amor y protección de un padre, cosa que nunca podría reemplazar, por más empeño que pusiera ante ello. Aunque de todas maneras eso no sería posible, pues Link y ella nunca regresarían, ni mucho menos, formarían una familia. Aparte de que existía la posibilidad de que tuviera que esconder a su vástago para siempre, haciéndolo pasar como un niño al que recogió por simple compasión, mas no por ser de su propia sangre.

Sólo le esperaba una vida llena de desdicha y mentiras, todo por proteger a los seres que amaba.

Se secó las lágrimas, decidida a seguir observando la escena. Link no apartaba la mirada del bebé, rozando con sus dedos la suavidad de su piel y maravillándose con el cariño que les transmitía. Su mente le recriminaba lo que estaba haciendo, tener contacto con el hijo del que le había arrebatado a su amada, pero su corazón le decía lo contrario, e incluso le incitaba a sentir afecto por el pequeño. Aquella contradicción le causó una terrible incomodidad, una extrema lucha que lo consumía y lastimaba desde lo más profundo. No lo comprendía.

Deseando huir de sus confusos sentimientos, sin decir palabra alguna, Link colocó al niño en los brazos de su madre, y se marchó del jardín por el mismo lugar por el que entró, dejando impactada a la princesa con su reacción.

- ¡Link!

El joven no escuchó el llamado de su amada, pues se desvaneció rápidamente. Zelda se sintió apenada ante su ida, pues deseaba con toda su alma que se quede con ella y su bebé, a pesar de saber que era una absurda idea.

Sintiendo como las lágrimas resbalaban por sus mejillas, decidió abandonar el jardín e ir donde Impa para encargarle a su hijo, pues en unos minutos debía reunirse con el Consejo para explicar la decisión que había tomado, encargarse del cuidado de la criatura que su mentora supuestamente había encontrado en abandono.

...

Ravio se encontraba en su habitación completamente dormido, pues después del arduo entrenamiento que tuvo a tempranas horas de la madrugada, el cuerpo le exigía un merecido descanso. No es que su nuevo capitán fuera totalmente estricto, pero debido a la autoexigencia que él mismo se adjudicaba, terminaba agotado.

Empezó a abrir los ojos con un dejo de molestia, pues podía escuchar que estaban tocando sonoramente la puerta. Mal humorado, se levantó para abrirla, esperando que el que lo había despertado tenga una muy buena excusa para haberlo hecho, y no por una simple tontería. Se quedó enmudecido a descubrir de quién se trataba.

- Link...

Sin decir nada, el elegido por las Diosas entró a la habitación, mostrando en su rostro la profunda consternación de lo que acababa de ver. Su corazón palpitaba con prisa ante la sensación de haber tomado al hijo de la mujer que amaba entre sus brazos, sin saber que aquella hermosa criatura también había nacido de él.

- Lamento haber venido sin avisar...

- ¿Qué haces aquí, Link? No esperé que alguna vez regresaras al palacio.

- Vine... vine a buscar a Zelda y a su hijo. – dijo, mostrando consternación en sus palabras.

Ante esas palabras, una mueca de desagrado y hastío se apoderó del soldado de Lorule, recriminando de esa manera el actuar de su amigo.

- ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo se te ocurre hacer algo como eso? Además ya te dije que ese niño no es su hijo. – expresó Ravio, molesto.

Lazos eternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora