La luz de las Diosas

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Los habitantes del reino de Hyrule se encontraban en la burbuja de la tranquilidad y la paz, sin imaginar el horror que se estaba viviendo dentro de las paredes del castillo, y que eso estaba a punto de amenazarlos.

Link y Zelda miraban aterrorizados como Abel observaba a su hijo, sin entender el motivo de lo mismo. ¿Qué podría obtener de una inocente criatura? Ahora que conocían la magnitud del odio que el malévolo ser sentía hacia la princesa, estaban seguros que por hacerle daño se desquitaría con su hijo, así no tuviera un motivo aparente.

Con un único movimiento de su mano, Abel levantó al niño en el aire, haciéndolo levitar a su lado. Noah aumentó su llanto al sentir tan cerca de él semejante y oscurecida aura, la cual lo perturbaba. El ahora monstruo se satisfacía con el terror del bebé, pero sobre todo con el de sus padres.

- No se espanten todavía, aun ni siquiera empieza lo bueno. – dijo Abel, riéndose.

El villano comenzó a sacar a flote más de su poder, provocando que tal energía maligna perturbe más al bebé e intensifique su llanto. Era tanta la fuerza de sus gritos que Zelda acompañó su pesar llorando amargamente, temiendo lo que pudiera pasar. Poco después el llanto del niño se detuvo, mientras un particular brillo emanaba de su cuerpo.

- Eso es...

- Si... ¡Eso es! Este es el poder que tanto me hacía falta... la herencia de las Diosas otorgada su nuevo portador.

Todos los presentes se quedaron impactados al observar como el cuerpo del infante brillaba, sin embargo, nada se comparó con lo que vieron después. En la pequeña mano de Noah resplandecía en todo su esplendor el símbolo de la Trifuerza, fortaleciéndose más en el fragmento superior, demostrando que se trataba del Poder, la cual en el pasado había pertenecido a Ganondorf. Link y Zelda no podían creer que su hijo había heredado algo como ello, es decir, una completa maldición.

- ¡Noo! – gritó Zelda, espantada.

- ¿Ya ves, princesa? Las fuerzas del mal se encargaron de maldecir a tu hijo con el fragmento de tu peor enemigo. Ahora su fuerza será mía, pero para eso tendré que aniquilarlo, qué pesar.

- ¡No lo toques! ¡Suéltalo! – gritó la princesa, desesperada y entre lágrimas.

- Ya nada ni nadie podrá impedir mi venganza... perecerás junto con este reino y jamás serás feliz.

- ¡NO, ABEL! ¡TE LO SUPLICO, NO TE LO LLEVES! – pidió Zelda, desesperada.

Y con sus últimas palabras, Abel desapareció, arrastrando a Noah en su camino. En ese instante el conjuro que paralizó a todos se desvaneció, causando que Zelda intente llegar al lugar en donde desaparecieron, pero lamentablemente llegó muy tarde.

- ¡NOOO! ¡NOAH!

Zelda cayó derrumbada en el suelo, gritando y llorando con verdadera histeria. Sintió que sus brazos se quedaban vacíos y se partía su corazón al ver que le habían arrebatado al ser que más amaba, a quien nació para enseñarle el significado del amor más puro que puede existir. No concebía la vida sin Noah, ya nada le importaba sino lo tenía a su lado.

Link observó estupefacto y con dolor el sitio en el que había desaparecido su hijo, en donde ahora se encontraba su amada derrumbada. Tenía tantos deseos de acompañarla y unirse a su desgracia, morir junto a ella por la pérdida del ser que más amaban y fruto de su amor; por él también las lágrimas salían sin control. Ravio e Impa los miraban desconsolados, y al mismo tiempo espantados por lo que había sucedido.

El guerrero se acercó a su princesa para abrazarla con fuerza, sabiendo que eso no iba a poder llenar el vacío que en ese momento tenía en su corazón. Por más fusilado que se sintiera, no podía quedarse de brazos cruzados, tenía que hacer algo para recuperar a su hijo sano y salvo, y así devolverle la vida a su esposa, y también a sí mismo.

Lazos eternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora