Capítulo primero: Lucharé

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Mientras embalsamaban el cuerpo de Kyouka con el fin de prepararlo para la momificación usual de todos los miembros de la familia del faraón, Erza esperaba en sus aposentos mientras era ayudada a vestirse para los preparativos del rito funerario de la mujer. Una vez Kyouka fuera aposentada en la tumba, se iniciarían los preparativos para la ceremonia de coronación de la nueva faraona pasados los setenta días desde la defunción de su anterior gobernador, en este caso desde la muerte de la regente Kyouka. Todo ello, era lo que Kagura y Millianna le recordaban mientras la asesoraban con la indumentaria a llevar en el rito funerario, con el sencillo objetivo de distraer a la joven de sus preocupaciones y tranquilizarla.

—Y recuerda que deberás recorrer el Nilo antes de la fecha de la coronación para que nuestros dioses te observen y veneren desde los confines del mundo —le dijo Kagura con una tímida sonrisa mientras peinaba su cabello carmesí.

—¡Y la hermosa diosa Bastet estará allí para verte! ¡Miau! Tocaré música desde mis aposentos para que me escuche en la lejanía y mostrarle mi veneración. ¡Oh! ¡Cómo me gustaría estar allí y que también me viera! Quizá cuando mi cuerpo abandone este mundo me acoja en su seno y me estruje ronroneándome en la oreja —canturreó Millianna mientras divagaba con su característica imaginación sin límites, al tiempo que colocaba un dorado collar en el blanquecino cuello de la futura faraona.

—No digas tonterías —replicó Erza, ambas la miraron entre asombradas y entristecidas; Erza corrigió su tono de voz mutándolo a uno más dulce—. No le cantarás a la diosa felina desde tus aposentos, estarás presente en todos los puntos de la ceremonia desde el primer día hasta el último. Ambas, y Simon también.

—Pero... los actos oficiales sólo permiten la asistencia de la familia real, los sacerdotes y los altos cargos— continuaron las dos niñas al unísono recordando las normas del imperio egipcio.

—No hay peros que valgan. Vosotras sois la familia que me queda. Mi padre inició una serie de cambios en nuestro reino, y yo los continuaré. Desde ahora, formaréis parte de la familia real junto a Simon.

«Y junto a Minerva.»

Erza sintió un escalofrío recorrerle la nuca, sabía que experimentaría esa sensación en el mismo instante en el que se reencontrara con ella de nuevo, tras los acontecimientos acaecidos en los últimos días. Percibía su mirada clavada en su espalda, se giró con disimulo para no aclamar la atención de sus amigas que conversaban animadas. Y se encontró con sus ojos verdes que la miraban desde la entrada de sus aposentos. Aún con las sombras que caían sobre su rostro ante la distancia, reconocería ese brillo esmeralda en sus esferas afiladas que ahora la miraban con una expresión que no atinaba a descifrar. El peso de la culpa la golpeó de nuevo, respiraba, pero sentía que en cualquier momento dejaría de hacerlo y se ahogaría presa de la ansiedad que la acechaba. Sin pretenderlo, se dejó atrapar por el recuerdo y su mente divagó hasta un tiempo atrás hacia el inicio del todo, acompañada de un gusto amargo en su garganta con una dosis de cierto arrepentimiento ahora que divisaba los ojos verde de la morena.

«Perdóname Minerva...»

Un año atrás en el tiempo....

Erza correteaba por todo el palacio con el corazón acelerado por la emoción. Saltó de un brinco a los sirvientes que limpiaban agazapados en el suelo, a punto estuvo de tropezarse con la gata de Millianna e incluso, se chocó con Simon provocando el derrumbamiento de las ofrendas que el joven transportaba hacia el templo. Él la miró con desaprobación, aunque pronto cambió su gesto por una sinuosa sonrisa que siempre le acompañaba cuando la joven lo sorprendía con su inapropiado comportamiento para la hija de un faraón.

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