Capítulo tercero: Grito de guerra

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—No pienso separarme de su lado ni un instante, espero que te quede claro.

Jellal yacía acostado sobre un puñado de paja a medio ocultar entre un manto de lino, su respiración era como una melodía pausada que rompía los silencios entre Meredy y la mujer que se encargaba del cuidado de la herida de su hermano. Su interlocutora no pronunció palabra, se limitó a dibujar una dulce sonrisa y se concentró en desinfectar la herida con un ungüento de hojas de laurel. Meredy no se fiaba aquellos desconocidos que la rodeaban a diario, eran causantes de su desgracia, veía en los ojos de cada hombre, mujer y niño al lobo que todo lo devora. Cada individuo que pasaba por su lado mirándole con altanería y desprecio, no era más que enemigos al acecho. Ella lo sabía, por eso permanecía siempre alerta tal y como su madre le enseñó.

Pero, algo diferente vislumbró en la sonrisa de aquella mujer.  Algo que sin duda, le recordaba a la honestidad que reconocía en su ahora alejado hogar. Y esa familiaridad le impregnó de cierta calma interna, a pesar de no ser capaz de admitirlo jamás. Por alguna razón inalcanzable a su entendimiento, percibía que aquella muchacha de cabello y ojos del color de la lluvia era alguien digna de su confianza. Aún así, Meredy temía equivocarse en sus instintos y fallar como lo hizo su padre, a pesar de que ella siempre había heredado la intuición de su madre...

Una suave voz a penas audible rompió sus pensamientos.

—Su hermano es un chico fuerte, sobrevivirá con tal sólo una cicatriz en su hombro. Nunca hubo nadie que lograra retar al emperador Precht y ganar —Meredy se percató de que el acento de la joven era diferente a los romanos y por tanto, se trataba de una extranjera en su imperio, al igual que Jellal y ella.

—No eres romana —la peliazul había abierto sus labios a punto de decir algo cuando fue interrumpida por Meredy—. ¿Estás aquí como curandera protegida o como una esclava trofeo que cumple los designios de su dueño?

Las palabras se le escaparon a la pelirrosada como quien habla con lengua  envenenada dolida por un pasado demasiado reciente, la chica de cabello azulado agachó la mirada con un ligero brillo en sus ojos que denotaban su pesar, mientras siguió tratando al joven inconsciente. Meredy se concienció del mal de sus palabras y trató de remediarlo, pero la peliazul se le adelantó.

—Juvia piensa que existen dominus mucho peores que el emperador. Juvia es hija de lo pueblos del mar y lo sabe, ha viajado por lejanas tierras del océano y conoce la crueldad de las gentes.

—¡Eso no deja de convertir a esa rata de Precht en un monstruo! —Juvia dejó su tarea y se abalanzó para acallar los labios de Meredy al tiempo que siseó.

—No debes de hablar así del emperador o serás castigada —Meredy intentó escabullirse de los brazos de Juvia ofuscada, pero la peliazul colocó sus manos sobre las mejillas de la joven y la obligó a calmarse. De forma inusual, el contacto con las frías y blancas manos de la joven en su rostro desquitó parte de su rabia—. Juvia sabe que los principios son duros, pero todo se ve con diferentes ojos cuando el tiempo se ha ido. Por favor, crea a Juvia. Lo importante es que ambos aún siguen vivos.

Meredy se quedó callada mirando a su hermano con las lágrimas amenazando con empaparle la cara. No quería creer en una joven que hablaba tan mal la lengua que confundía la primera y la tercera persona. Aunque, eso no era más que una banal excusa para no seguir los designios de su corazón y creer en aquella chica. Se negaba a creer en nadie que no fuera su hermano Jellal. Tardaría un tiempo en comprender que Juvia no le instaba a olvidar a su familia, sino a sobrevivir en honor por quienes perecieron.

Juvia sabía perfectamente que el tiempo no curaba las heridas ni  hacía olvidar a quien amas, tampoco el mundo era un lugar justo que volviera el sufrimiento acumulado en dicha. Pero, se convencía de que el mejor regalo de todos era continuar viva, porque eso le permitía seguir viviendo por los que no lo hicieron. Juvia pensaba que mientras ella estuviera viva, habría alguien en el mundo que recordara a su amado. Él  jamás caería en el olvido por mucho que otros lucharan por borrar su nombre de la historia, porque ella vivía rememorando su existencia. A pesar de ocultarlos, conocía los deseos de venganza amenazando con quebrar su compostura, pero nada de eso le devolverían su gélido amor.

La FaraonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora