Sur de Italia, Imperio Romano de Occidente
Trazaba lineas en zig zag entrelazando los mechones de su cabello configurando varias trenzas con las que más tarde formaría el moño típico, lucido por las mujeres de su posición en aquel tipo de ceremonias. Sus dedos fluían hábiles fruto de la experiencia de varias décadas perfeccionando sus hábitos de acicalamiento, su ceño fruncido denotaba concentración en su tarea, no obstante, la realidad era bien distinta. Juvia aparentaba entregarse en cuerpo y alma a su cometido, pero, mientras que sus manos se prestaban a sus quehaceres de sirvienta, su mente migraba hacia rincones de su memoria demasiado dolorosos para ella.
Tuvo que agarrar aire para contener las lágrimas y mantenerse serena. Mientras sus dedos sentían el cosquilleo de los mechones rosáceos de la muchacha acariciando su piel, no podía evitar recordar a la niña que una vez creció en su vientre. Aún con la calidez del inicio del verano, su ser experimentó un frío helado que le calaba más allá de la sangre. Rememoró el día más glorioso de su existencia, aquel en el que el minúsculo cuerpo de la recién nacida reposaba sobre su pecho y sus rechonchas manitas descansaban sobre la palma de su orgulloso padre.
No importaba los mares que cruzara, ni los océanos de tiempo que bañaran el paso de los años. Aquel recuerdo era su tesoro más preciado y ni las peores tormentas podrían borrar de su memoria el día más feliz de su vida. Ni si quiera la visión de su amado Gray pereciendo junto a su niña...
«Wendy... la pequeña Wendy tendría a penas unos años más que Meredy. Ojalá Juvia pudiera trenzar el cabello de su hija aunque fuera por última vez... Gray-sama... Cuide de nuestra hija y espere a Juvia. Algún día... algún día se reencontrarán y ni los dioses podrán separarles...»
La peliazul aguardó las lágrimas con entereza y depositó su interés en las trenzas rosadas de la joven. Prestando atención al gesto inmutable de la muchacha, padeció una punzada en su corazón al vislumbrar el vacío de la mirada de la chica. Oteó su rostro con delicadeza, evitando que la joven se percatara de su preocupación por ella. Habían pasado diez años desde que aquella niña de pálidas mejillas y desafiantes ojos esmeralda se cruzó en su camino, durante ese tiempo ambas desarrollaron una relación íntima que perfectamente podría representar el amor de una madre y su hija. No podía negarlo, Juvia amaba a aquella muchacha como en su día amó a su pequeña familia. Meredy, en más de una ocasión fue su sustento y le otorgó la fortaleza para no quitarse la vida. Siempre fue una niña enérgica, valiente y decidida que acallaba las miradas de su alrededor con el mero brillo de sus ojos. Mas, toda aquella fuerza que albergaba en su interior se disipó con los años y la sombra de la tristeza amenazaba con destruir todo vestigio de la esencia siempre guerrera de la pelirrosada.
Juvia lo sabía, mucho más de lo que Meredy se había atrevido a contar. Los años de más le otorgaron sabiduría y perspicacia, por lo que la mujer de los pueblos del mar intuía la razón de la melancolía de su pequeña. Y lo peor de todo, era comprender que no podía hacer nada para cambiar su situación. Su único consuelo, era ser su paño de lágrimas...
A Meredy le encantaba cuando Juvia se ofrecía a cepillarle el cabello e improvisaba nuevos peinados como si fuera una especie de juego. De algún modo, le recordaba el tiempo en el que vivía en la aldea junto a su familia y algunas noches su madre jugueteaba con sus mechones trazando largas trenzas en su ondulado cabello. Ese sutil gesto de la peliazul reconfortaba su hastiado corazón y la llenaba de un cariño enternecedor.
Sin embargo, aquella mañana no sintió los dedos de Juvia ni una sola vez. No podía. Era incapaz de sentir nada más que un dolor inmenso incrementándose en el vacío que cobraba fuerza en su pecho. Estaba muerta. Todo a su alrededor se movía y cobraba vida, todo evolucionaba y fluía. Todo, a excepción de su mundo. Creyó morir el día que su futuro se hizo trizas cuando las vidas de sus seres queridos le fueron arrebatadas, pero la existencia de su hermano le corroboraba la esperanza de una nueva vida. Una luz que se oscureció el día en el que Jellal cayó en las manos del emperador. Aún entonces, mantuvo la fe y ni un sólo segundo de su existencia se dejó arrastrar por la desesperación. Se adaptó, sobrevivió, mantuvo intactos sus principios e incluso llegó a amar a algunos de los seres que la rodeaban...
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La Faraona
FanfictionDestinada a gobernar un gran imperio desde niña, Erza se alzará como faraona mucho antes de lo previsto. Su prematuro mandato, la convertirá en el ojo de mira de los enemigos externos, deseosos de hacerse con el poder de Egipto. Su capacidad milita...