Coliseo romano
El sol brillaba en lo alto, orgulloso de ser el espectador cuya vista todo lo abarca; con sus poderosos rayos atravesó la piel de los individuos que observaban desde las gradas. El impacto de su caluroso poder despertó en ellos carreteras de sudor resbalando por sus poros. A pesar del esfuerzo de la estrella más luminosa del universo de ser el centro de atención, nadie se percató de la intensidad de los grados de aquel día de verano, pues todos tenían los ojos clavados en un objetivo. Todos, incluido el emperador, no podían despegar la mirada del campo de arena. Y mientras cientos de ojos se aposentaban sobre su nuca incrementando la tensión, los acelerados latidos de su corazón le recordaron el motivo de su lucha.
Una embestida, un salto, un escape a tiempo y una estacada.
Un enemigo menos y un paso más hacia la libertad.
No pudo evitar desviar la mirada hacia la parte central de las gradas, aquélla protegida de la fuerza de Helios, resguardada bajo sombra y donde sólo unos privilegiados tenían el derecho de permanecer a cubierta. Justo donde se aposentaba el emperador de Roma, Precht, el conocido por todos como Dios del Inframundo.
Por un instante, pudo percibir la sonrisa de la cabeza del Imperio disfrutando del espectáculo acaecido sobre la arena, pues así lo corroboraba la mirada de aprobación que le dedicaba. Sintió una angustia recorrerle la garganta, contrastando con la complaciente mirada de Precht, pues no llegaba a comprender su deleite con los baños de sangre. Desvió sus verdosos ojos, receloso. No era su rostro el que buscaba con desesperación, sino el de ella.
Allí estaba, en el asiento contiguo al emperador, con las esmeraldas vidriosas que tenía por ojos contemplándole con angustia. Incluso con la distancia que les separaba, pudo notar el tembleque de sus piernas zarandeándose y oler el terror emanando de su piel. Suplicó a los dioses no quedarse con esa última imagen dolorosa como recuerdo, pues prefería mantener en su memoria un halo de aquel tiempo en el que fueron felices. «Porque lo fuimos. ¡Oh por Zeus! ¡Cuán felices éramos por aquel entonces!» En el fondo, le gustaría que no lo mirara en tales circunstancias, pese a que su presencia le aportaba cierta templanza, no quería que ella fuera testimonio de la crueldad innata del ser humano. La amaba, era sangre de su sangre. Deseaba protegerla de todo mal que pudiera desestabilizar su paz interior y corromper su felicidad e inocencia infantil. Pero, no tenía opción. No cuando había tanto en juego...
Todo sucedió tan rápido que los segundos se consumieron y difuminaron entre el caos. Un pequeño despiste mirando a su hermana benefició a su oponente, hasta el punto de lograr paralizar su golpe. El público emitió un leve grito de asombro, otros alentaron el ritmo de la lucha aclamando una mayor crueldad, mientras que algunos apartaron la mirada angustiados. El joven fue derribado por un musculoso contrincante justo cuando apartó la mirada del campo de batalla para observar a su hermana. Se encontró en el suelo abatido, hecho que su adversario aprovechó, posando una pierna sobre su torso desnudo, presionando con las manos su arma contra el cuerpo del chico. Logró atravesar su hombro derecho y como un sádico sin alma, el fornido individuo retorció la lanza aumentando la presión en la herida. La sangre brotó y se mezcló con el suave color de la arena, mientras el muchacho lanzó gritos de agonía. El corazón le latió muy fuerte, sintiéndolo en su sien. Sin pretenderlo, buscó a su hermana, temiendo que ella se quedase con la imagen de un perdedor. Pero, la necesitaba y con la vista nublada logró divisarla. Sus ojos se bañaban en lágrimas, se encontraba de pie junto al emperador, negando con su cabeza, agarró a Precht del brazo y tiró de él aclamando su atención. Por su parte, el chico intentó mantenerse despierto, pero la falta de fuerza le obligó a cerrar los ojos.
—Libérale, libérale y yo me quedaré —la niña de lacia cabellera rosa reunió todas sus fuerzas para agarrarle del brazo, mientras el emperador le dedicaba una sonrisa torcida ignorando sus deseos—. Dijiste que si vencía a siete hombres en la arena nos darías la libertad, lleva seis, casi ha cumplido el trato. Libérale a cambio de esas victorias, sácale de la arena y perdona su vida. Quédate conmigo por esta derrota.
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La Faraona
FanficDestinada a gobernar un gran imperio desde niña, Erza se alzará como faraona mucho antes de lo previsto. Su prematuro mandato, la convertirá en el ojo de mira de los enemigos externos, deseosos de hacerse con el poder de Egipto. Su capacidad milita...