Capítulo diecisieteavo: Ironía

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Aclaraciones previas: la cursiva la uso para recuerdos en flashback/sueños.

Cronología del capítulo: después de la llegada de Jellal y Cobra al palacio faraónico han pasado unas semanas (algo que ya se menciona en el capítulo 15 titulado Sombras, justo en la parte en la que reciben la primera carta de Meredy) por lo tanto, ambos llevan conviviendo un tiempo con la gente del palacio. El capítulo se sitúa en el contexto posterior a recibir la carta. Por si lo habíais olvidado, ese mismo capítulo acaba con una parte de magia donde Cana descubre que los romanos están combatiendo entre sí en la misma costa donde se ubica el poblado de las tribus.

Dicho esto, disfrutad el vómito de más de 8.000 palabras XD

Capítulo diecisieteavo: Ironía

Palacio de Menfis, Egipto

Los últimos días habían sido duros debido a la actividad incansable de vigilancia extrema por los alrededores de palacio. Durante toda la noche, Mirajane y Laxus recorrían la penumbra de las calles para vigilar su estabilidad, aprovechando la ausencia del sol que tanto castigaba la piel de la albina. La fortuna los premiaba con la inexistencia de altercados, aunque tal mutismo despertaba las sospechas de que algo turbio se confabulaba entre las gentes de Egipto. Mirajane lo sabía en demasía; tras el silencio podían ocultarse los mayores terrores de la humanidad y, éstos, jamás eran portadores de buenas noticias.

Por esa misma razón le costaba conciliar el sueño. Durante varios días deambulaba por los corredores del palacio en busca de nuevos quehaceres que mantuvieran su mente alejada de sus reflexiones. Laxus había insistido en numerosas ocasiones en la necesidad de su descanso e, incluso, buscaba tácticas que la relajasen para inducirle el sueño. No obstante, la albina fingía ceder y abandonarse a su sueño para, una vez inconsciente su amado, marcharse del lecho. No deseaba herirle mostrándole que sus intentos por ayudarle no eran efectivos, pero tampoco podía soportar las horas tumbadas sobre una cama a sabiendas de que algo estaba tramándose y ella no podía impedirlo. La impotencia la cegaba y obsesionaba. Muchas eran las ocasiones en las que, tan frustrada como estaba, se planteaba invocar a las hijas de Vermilion y cuestionarles a las diosas eternas sobre los asuntos que se escondían en las calles de la ciudad de arena. Mas, aquélla era una decisión refutable debido a su peligrosidad.

Claro que postergar las horas de sueño también podía desencadenar un funesto resultado...

Por ello, al final había cedido a las peticiones del rubio y se hallaba entre sus brazos sobre un lecho de plumas. Acarició su robusto pecho fornido mientras observaba su rostro dormido, a la espera de que la infusión surtiera el efecto deseado y conciliara el sueño. Laxus entreabrió un ojo, demostrando que todavía estaba despierto. Apretó su cuerpo desnudo contra el de Mirajane y besó su frente.

—¿Todavía no puedes relajarte? —su voz sonaba como un susurro suave, como si hablase desde un mundo onírico. Ella comprobó que a duras penas podía mantener los ojos abiertos por el cansancio de la constante actividad de los días atrás— Inténtalo, amor. Enfermarás de lo contrario.

—No es precisamente mi salud lo que me preocupa.

Laxus abrió un ojo y la miró fijamente. La mano que posaba sobre las blancas costillas de la albina presionaron con sutileza su carne, acercándola más a él.

—Tranquila, todo va bien.

Mirajane se posicionó, apoyando los codos sobre los pectorales de Laxus y enredando de puro nerviosismo sus dedos sobre el vello dorado que poblaba su torso. Con la mirada baja le murmuró sus miedos.

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