Capítulo onceavo: Heredero

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Roma, capital del Imperio

El vientre todavía plano era el lienzo donde su índice definía las líneas de la blanca piel. Su cabeza reposaba sobre el abdomen de su acompañante, buscando los latidos insonoros de una criatura demasiado pequeña como para hacerse oír. La enredadera rosada que tenía por melena se expandía libre entre las sábanas, acariciando con sutileza los senos hinchados de la azabache, cuya aureola y pezones se habían tornado oscuros desde su reciente embarazo. Casi por impulso, acabó rozando con los labios la sinuosa superficie que separaba el ombligo con el monte de venus para, a continuación, hundir la cabeza entre los muslos de su amante donde la calidez siempre la invitaba a permanecer.

Ultear arqueó la espalda, resistiendo los sonidos placenteros que se escapaban de sus labios; concentrando sus sentidos en el aroma del lejano oriente emanado del incienso. Cada día aseguraba que sería el último, pero cada luna emprendía un nuevo inicio. Finalmente, declinó su propio dominio y se dejó embaucar por los deseos de la carne que su propia condición le exigía. El niño de sus entrañas le confería un hambre voraz, del algo más que alimentos.

Se removió inquieta tomando lo que necesitaba y besó a Meredy con fiereza. Ya el sol con la mañana le traería una nueva perspectiva.

La noche se reservaba para la lujuria...

•••

—¿Otra vez buscando un signo de su existencia?

Meredy alzó el rostro con las mejillas encendidas. De algún modo, le era inevitable buscar al bebé dentro del vientre de su amada, tal y como ella imaginaba que en algún tiempo su padre hizo con su madre. Se encogió de hombros y bajó la vista, jugueteando con un mechón negro del cabello de Ultear.

—Me gusta imaginar que soy la madre —la azabache frunció el ceño—. Que ambas lo somos. No sé, pienso que de haber nacido diosa tendría el poder de decidir cuanto quisiera sobre mi vida.

—Ni siquiera ellas tienen tal poder.

—¡Artemisa mantenía relaciones con las ninfas de sus bosques! —replicó— ¡Zeus tuvo que transformarse en ella para seducir a Calisto!

—Y Afrodita o nuestra Venus fue castigada por vivir libremente su sexualidad. No seas ingenua, Mer. El poder te aporta ventajas, pero no nos obsequia con la libertad. Esclavas o nobles estamos condenadas a vivir a la sombra de los hombres.

—No si nos marchamos —acarició su mano con la esperanza de ver atendidas sus súplicas pero solo obtuvo una sonrisa amarga. Meredy agachó la mirada—. Simplemente, es agradable fantasear con un futuro diferente. Quiero creer que existirá el tiempo en el que dos mujeres puedan amarse libremente y tener hijos sin someterse a la voluntad de un hombre.

—Lamentablemente, la realidad es que tengo en mi vientre a tu sobrino y el futuro del Imperio. Una responsabilidad demasiado grande. Siendo honesta —se incorporó y apartó la mirada—, prefiero que este niño no vea la luz del sol.

—Eh —le acarició la mejilla con sutileza— ¿por qué dices eso? —Ultear la contempló con su oscura mirada.

—Corren tiempos difíciles, Meredy. Mi padre no convocaría a sus guardianes ahora que los dos restantes están en Egipto si no fuera por necesidad. Algo se está gestando y mi intuición me dice que es grave.

—Si lo que tienes es miedo no te preocupes. Yo te protegeré. Sigo entrenándome duro ¿recuerdas? No te pasará nada.

—No temo por mi vida —Meredy arrugó el ceño y, antes de indagar, Ultear se le adelantó—. Sale el sol, será mejor que te marches antes de que vengan a buscarme.

La FaraonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora