Capítulo treceavo: Revelación

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Atención: ante los más de 500 mg en Wattpad he decidido regalaros un doble capítulo esta semana, mil gracias por el apoyo. Lo publicaré en un rato que todavía tengo que corregirlo. 

Capítulo treceavo: Revelación

La risa que dejó escapar sonó grave y densa; como una masa oscura y pegajosa aprisionó su cuerpo, pegándolo a la cerámica lisa del suelo. Sus sanguinarias pupilas se encendieron como las llamas intensas e inquebrantables del templo de las vírgenes vestales.

—Yo... —titubeó Meredy sin saber bien qué decir.

Zancrow dio un paso al frente; la joven retrocedió instintivamente chocando su espalda contra la pared. El rubio sonrió complaciente, apoyando una de sus manos sobre el mármol, muy cerca del rostro de la chica.

Acorralándola por completo.

—No necesito explicaciones —se arrimó al oído femenino con una suave voz impostada que lejos de relajarla, incrementó su alerta—. ¿Cuán triste y frío es el lecho conyugal sin un esposo calentando tus noches? —deslizó el índice por la mejilla izquierda de la muchacha y ésta lo fulminó con la mirada— Por eso merodeas por aquí ¿no? —la ojeó de arriba a abajo, relamiéndose con lascivia.

—Me basto conmigo para calentar mi cama —le apartó la mano para abrirse paso—. Si me lo permites, deseo regresar a mis aposentos.

Volvió a frenar su camino con su robusto brazo masculino. Meredy lo oteó inquieta e impaciente. Acarició con sutileza sobre su cadera, justo donde se ubicaba el arma que Richard le había regalado. Si Zancrow intentaba dañarla, se defendería.

—¿Sabes qué es lo que más me cabrea de todo? —murmuró cogiéndola con fuerza, ajeno a la mano que oculta empuñaba la daga dispuesta a rebanarle la garganta— Que de no ser por la mediación de tu estúpido hermano me pertenecerías —Meredy abrió los ojos. La confesión la impresionó tanto que por un instante soltó el arma—. Así es. Te pedí en matrimonio y Jellal se apresuró a buscar un sustituto al que controlar. Pero no te preocupes. Ese par de idiotas perecerán en Egipto. Después, no importará quién nos gobierne en Roma, serás mía igualmente.

Un impulso animal invadió al rubio cuando rodeó con firmeza los pechos de la pelirrosa, causando una punzada de dolor en la zona. Tanteó con sus dedos bajo las prendas de la muchacha y trató de deshacerse de las vendas que cubrían sus senos. Meredy, todavía estupefacta ante las palabras del varón, reaccionó al manoseo asestándole un golpe en la nariz. La sangre brotó y Zancrow se presionó el tabique. El tiempo suficiente para recuperar la compostura y aclarar las ideas. Tenía un arma, una sola salida a la situación. Debía emplearla. Asesinar al demonio disfrazado de hombre y salir corriendo. No le quedaba alternativa.

Era ella o él.

Se abalanzó hacia él con la daga oculta por su otra mano. Entonces, un murmullo a su espalda indicó la llegada de otros hombres. Zancrow se giró hacia las voces y Meredy tropezó. Cayó al suelo, con la punta del filo rozando la palma de la mano que ocultaba el arma.

—Gobernador Zancrow, le estábamos buscando —un par de soldados miraron la escena desconcertados.

—¿Va todo bien? —cuestionó el segundo soldado.

—Por supuesto —levantó a Meredy del suelo—. Le pedí a este esclavo que realizara una tarea para mí —la miró—. Pero será mejor que dejemos nuestros asuntos pendientes para otro día. Tenemos toda una vida por delante para ello ¿verdad? —Mer lo miró de soslayo con una ira irrefrenable— Puedes seguir con lo tuyo, nos veremos en otro momento.

Contempló a los hombres marcharse, inmóvil hasta que desaparecieron de su vista. El corazón le latía exaltado. Notó la sangre fluir veloz por sus venas. Demasiada información en un lapso de tiempo tan breve. Sin darse cuenta se arrinconó en el suelo, con una respiración tan acelerada que parecía lejana. Como si le perteneciera a otra persona. Miró sus manos, aquéllas que por primera vez habían estado a punto de matar. Descubrió la línea sangrienta que nacía de la herida de su palma. No le dolía. Estaba demasiado alterada como para percibirlo.

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