Capítulo dieciseisavo: Vigía

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*Nota previa: Este capítulo se sitúa dos días después tras la muerte del emperador Precht, la cursiva intercalada en la narrativa al comienzo del capítulo es un flashback de los recuerdos de Ultear.

También he usado la cursiva para marcar el cambio de localización geográfica o temporal.

Los conceptos antiguos son explicados en las notas de autora de final del capítulo.

Me disculpo de antemano porque éste es un capítulo largo, pero es para compensar el tiempo de espera. Aunque, es posible que a partir de ahora no bajen de las 7.000 palabras porque nos vamos acercando a la mitad de la historia xD Sorry


Domus imperial, Roma

La muerte era un proceso natural de la vida. Un vínculo en común para todas las culturas que poblaban la faz de la Tierra. En una sociedad envuelta entre el manto de la guerra y la miseria, las despedidas eran habituales. No obstante, Ultear jamás había presenciado un cortejo fúnebre.

No estaba preparada para dejar marchar la figura de su padre.

Observaba el entorno con unos ojos llorosos que parecían no pertenecerle. Los llantos acongojados, los tirones de pelo cargados de falsa histeria, el griterío exacerbado que fingía quebrarse en pedazos. Apretó la mandíbula ofuscada; ella sí iba a romperse ante tanta parafernalia. Aquellas mujeres sólo conocían a su padre como la figura de máximo poder del Imperio, nunca habían intercambiado palabras, recuerdos o conversas con él. Sin embargo, contorsionaban sus cuerpos manifestando un falso duelo en pos del dramatismo funerario. De recaer en ella la responsabilidad, prohibiría la presencia de extraños en los velatorios, o mejor aún, en todo el ritual funerario. «La transición hacia la muerte debería ser un evento meramente familiar y no esta manifestación ostentosa y absurda —esquivó la mirada de las «lloronas»—. No las soporto» meditó presionando con suavidad su tripa, como si al hacerlo sus pensamientos se fusionaran con la pequeña criatura que crecía en su interior. Creyó sentir una punzada, como si su bebé le respondiera con complicidad. Algo imposible, puesto que su existencia ni siquiera era perceptible, aunque aquello no le impedía sentir su fuerza desde el primer día que se formó dentro de ella.

En su inicio, temió que tal constancia fuera un mal augurio y diera a luz a un ser monstruoso. No podía evitar pensar en su propio hermano como un prefacio del futuro de su retoño. Las pesadillas le acompañaron desde la primera noche que lo notó, mucho antes de que le confirmaran que estaba encinta. Lo percibía como un ser cargado de ira, un ente fantasmal que retornaba del más allá para vivir una segunda oportunidad y cobrar venganza. Desconocía la razón, pero por algún motivo sentía un hambre voraz de hacer pagar al resto por sus acciones mucho antes de sentirse traicionada. De algún modo, su bebé anticipaba los hechos y la preparaba para los acontecimientos venideros.

No era un espíritu maligno como había temido, sino una criatura besada con el don de la adivinación. Ahora ella, como madre atada de por vida a su embrión, comprendía la razón de su existencia. Y embarazada se sentía más sabía, fuerte y poderosa que nunca. Ya habían traicionado su confianza, pero no iba a permitir que nadie más jugara con ella. Ahora que su padre había fallecido lucharía por proteger a los dos únicos seres amados que le quedaban en el mundo. En consecuencia, debía alejar a Zeref del poder. Más, ahora que le había hecho creer que se hallaba sometida a su merced, aunque en la práctica había abandonado todo indicio de confianza existente. Su reticencia a abrir su corazón ante los demás se había construido peldaño a peldaño a lo largo del tiempo. Cada pieza que confeccionada su inescrutable armadura representaba una traición. Y la última de éstas, la había arrastrado a tomar decisiones que jamás pensó que emprendería.

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