Capítulo 22: Bailarinas

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Me puse leggings, una camiseta de tirantes y amarré mi cabello en una coleta alta. Moví mi cabeza de un lado a otro; amaba la sensación de movimiento en mi pelo y que su suavidad rozara mi cuello.
Me miré al espejo del baño en el estudio. ¿Estaba lista? Suspiré y, sin responder la pregunta, salí.
Recargado en el barandal de las escaleras, estaba un chico con mallas púrpuras y leotardo verde fosforescente. Su cabello del color de su ropa enmarcaba un rostro moreno y duro, con señas de una barba incipiente en la mandíbula. Sonreí de lado, tratando de ser amigable.
–Amiga, dime algo.–dijo, un tono de molestia en la voz– ¿me veo gordo con este outfit?
Se señaló de pies a cabeza mientras yo negaba.
–Te ves genial.–Dije con sinceridad.
Él asintió.
–Lo sé.
Dicho esto, se dio media vuelta y bajó las escaleras al salón. Lo seguí, preguntándome si estaríamos en la misma clase.
Lo confirmé mirando desde una distancia prudente el número del salón al que se metía.
A-233.
Vi mi hoja con instrucciones y horarios.
A-233.
Así que entré detrás del joven a un espacio con espejos hasta el techo en lugar de paredes, piso de madera y techo con la pintura de una bailarina en un tutú negro. En una esquina había mochilas, botellas llenas de agua, toallas y la ropa de los demás alumnos; mientras que en otra, habían chicas charlando animadamente y tomándose fotos entre ellas. Una se había dejado el cabello ébano suelto, como una cascada de petróleo que caía por sus omóplatos de manera ligera y elegante hasta media espalda. Su ropa pegada mostraba una figura de reloj de arena y unos glúteos que se marcaban mucho a través de sus leggings a media pierna; un crop top que dejaba al aíre marcados abdominales y que cubría un busto prominente. Mi mirada estaba fija en ella; así que cuando una joven a su lado se dio cuenta de mi estupefacción y le informó, aparté los ojos al chico que había visto antes. Estaba estirando solo en medio del estudio. Para apartarme de las miradas inquisitivas de las muchachas, me acerqué a el. Muy tarde me di cuenta que era uno de los dos únicos hombres en la clase, pues ya estaba sentada a su lado.
–Hey, amiga–saludó, volviendo de una posición donde sus manos tocaban los talones de sus zapatillas para sentarse normal.
–Hola...
–Mi nombre es Arthur, pero me puedes decir Art– hizo una mueca que supuse era una sonrisa y estiró su mano para estrechar la mía.
–Larissa–respondí imitando su gesto.
–Me agrada.–Art volvió la cabeza y miró a las chicas. Me di cuenta de que estaban calladas.
Las miré.
Y recordé de quién era el cabello negro a media espalda, cómo me había mirado la primera vez que nos conocimos y sus intentos de recuperar la atención de Mark.
Era Natalie.
–Eh, Larissa... ¿Conoces a esa chica?–Preguntó el joven a mi lado.
–No, en realidad solo hemos hablado una vez.
–¿Te fue bien en esa conversación?–
Negué con la cabeza y traté de concentrar mi atención en lo que fuera menos en la manera en que la chica me miraba.
Era de esas miradas asesinas que perforaban tu nuca y te dan escalofríos, de las que sabes que la persona detrás de ella desea con fervor la tragedia en tu vida.
Una voz firme femenina dijo algo en voz alta detrás de mí y de Art. Supuse que era la maestra por la manera en que todos se colocaban en un medio círculo a su alrededor y la veían con respeto. Me puse de pie junto con el joven de piel morena y cabello neón y nos colocamos algo alejados del grupo pero de manera en que la recién llegada estuviera en nuestros campos de visión.
–Buenas tardes, soy Madame Laurenne y esta es la clase de danza para principiantes.–la maestra era joven. Su cabello de tonos miel sucio estaba amarrado en un chongo desordenado que enmarcaba un rostro angelical de ojos grandes de color jade, nariz respingaba y labios carnosos. Además de Natalie, ella era la mujer más hermosa y elegante en ese instituto– Y en esta primera clase les diré cómo evalúo. Estiraremos y haremos unos cuantos ejercicios para saber las capacidades de cada uno–ella aplaudió y se alejó con un gran bolso que no había visto antes a la única pared con conector del salón–colóquense cinco en cada rincón–ordenó.
De inmediato, me decidí por la más alejada. Quizá ahí no fuera Natalie. Art y otras tres chicas nos siguieron, lanzando risitas a la apariencia del chico. Me enojé de inmediato y, tratando de detenerme, el joven paró mi arranque de cólera colocando una mano tranquilizadora en mi hombro y negando con la cabeza. Tenía una sonrisa en el rostro que me rompió el corazón.
Era resignación.
Este chico probablemente había sido juzgado toda su vida por sus gustos y pensarlo me enfadó aún más. Me solté de su agarre y lo miré con una gran cuestionante en la cara.
–Créeme, no vale la pena. Pero me halaga que me tengas lealtad tan rápido, Larissa–sonrió, pero mi reacción no difirió– Mira, ellas deberían estar conscientes de que soy como soy porque me gusta. Ellas no ven que con sus susurros y palabras a mis espaldas no hacen más que aumentar una imagen que la gente ya tiene de mi.
Fruncí el ceño.
–¿No te molesta? ¿No te enoja que hagan comentarios tontos solo porque piensas diferente?–pregunté frustrada.
Art iba a contestarme; sus grandes ojos como el café de la mañana maquillados a la perfección en tonos azul cielo y azul zafiro con delineador negro hecho al punto que dejaban ver una tristeza y resignación que no hizo más que alimentar mi enojo, pero la maestra interrumpió nuestra discusión.
Nos indicó diferentes movimientos con los brazos y piernas, que Natalie logró con desenvoltura y yo con mucho esfuerzo, y después nos enseñó pasos.
Para el final de la clase, mis párpados prácticamente se cerraban solos.
Subí al baño en el que me había cambiado y volví a mi ropa normal; aunque mientras hacía la transición, mi madre había anunciado que iría a recogerme.
Recogí y me aseguré que no faltaran cosas antes de salir donde supuestamente me esperaría mi creadora, pero alguien más me esperaba ahí.
Eran Lindsay, Marianne, Suzze, Jenn y Jake en el auto de este último. Mi mejor amiga bajó la ventanilla y, sonriendo, me indicó que me sentara a su lado.
Y así de fácil; el mal humor que había tenido unos momentos antes por mi terrible desempeño en clase y la sorpresa de ver a Natalie, se evaporó.
Mi sonrisa se ensanchó tanto que mis mejillas habían empezado a doler. Me subí gustosa al auto, sentándome a un lado de Jenn, quien me rodeó los hombros con un brazo y preguntó qué tal había estado mi primera lección.
Había estado bien para ser la primera, ¿o no? A pesar de la asistencia de una chica que me odiara, el repentino desprecio de todas las demás y el hecho de que era peor bailando que un pulpo ebrio.
Puse los pulgares en alto y fingí una sonrisa de positivismo. Ellos no necesitaban saber todo eso, solo era otro problema y últimamente habíamos estado hablando únicamente de mis asuntos. No quería molestarlos con otro.
Jenn se limitó a sonreír como si no me creyera mientras los demás me felicitaban e intercambiamos una mirada significativa.
Jake hablaba de los planes para esa tarde y las demás añadían comentarios y bromas; pero a pesar de las risas que compartía con ellos, mi mente estaba en otro lado.
Pensaba en la perspectiva general de lo que se había convertido mi vida.
Me había integrado a una compañía generadora de celebridades tanto en música, danza y actuación, tenía al menos 6 o 7 horas de sueño diarias, veía a mis amigos muy ocasionalmente, tomaba clases en las instalaciones de S-Tar con un tutor particular adecuado a mis habilidades de estudio, mis padres estaban en problemas económicos y tenía una relación dudosa con el Manager que administraba mi carrera musical.
Esto era un sueño hecho realidad y a la vez una pesadilla. No llevaba ni tres meses en esto y ya necesitaba vacaciones.
De repente, una llamada a mi móvil me trajo de vuelta a la realidad.
Mis amigos vieron la situación y me sonrieron con sorna mientras atendía.
–¡Si es el novio, ponlo en altavoz!–Exclamó Suzze.
Sonreí.
–¡Es de trabajo!–exclamé antes de saludar a la persona al otro lado de la línea. Desgraciadamente, mi comentario sacó sonidos de incredulidad y burla. Reí callándolos para escuchar al chico de ojos azules.
–Hola–saludó con la misma voz grave que me hacía estremecer hasta los huesos–, veo que estás con amigos. ¿Quieres que te llame luego?
Negué rotundamente, a lo que los chicos en el auto reaccionaron con más risitas.
–De acuerdo... Necesito verte–me sonrojé y Lindsay murmuró un "awwww".
–¿Cuándo?–pregunté.
–¿Te parece hoy, cuando tus amigos tengan que marcharse?
Jenn asintió y con los dedos formó un 6.
–¿A las 6 p.m?
–A las 6 en casa de Matías. Hecho. Te veo ahí, Lari.
Nos despedimos y colgué.
–¿Es una cita?–preguntó Jake fingiendo desinterés. Negué con la cabeza, a pesar de las sonrisas conspiradoras de mis amigos, y suspiré.
–Matías es mi maestro. Seguramente tiene que hablar conmigo de lo terrible que soy bailando.
Se burlaron de lo terrible que soy en lo demás y reímos. Pero no podía dejar de pensar en lo que tendría que decirme. ¿Qué sería tan importante?

Sólo si te vas [En Edición♡]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora