13. Truenos

219 25 8
                                        

Subo por completo mis pantalones, me pongo rápidamente la playera, la chamarra y los converse.

Afuera de la habitación se escucha movimiento, gente corriendo, con pasos pesados y desesperados.
Abro la puerta y veo a varias personas saliendo de otras habitaciones, adultos, niños y unos cuantos jóvenes, todos se dirigen a ver la bola de cristal. Yo no me quedo atrás. Sigo a los demás.
Las pulseras de los demás también están brillando.
La multitud rodea la bola, no me dejan observar lo que está pasando, me pongo de puntillas para mirar mejor, alcanzo a ver movimiento dentro de ella. El cielo comienza a moverse, alrededor de toda la superficie, empieza a cambiar de color, de un azul oscuro, a un gris claro. Son nubes, muchas nubes formándose de la nada como pasó hace un par de días. La diferencia es que aquí en el refugio no se escucha nada, ni un tronido, ni vidrios rotos, nada.
Poco a poco me voy colando entre la gente para quedar lo más cerca posible de la esfera.
Cuando llego hasta el frente, puedo observar mejor. El árbol mueve fuertemente sus ramas y hojas. Las nubes comienzan a brillar, con destellos blancos-azules-morados. La lluvia se desata, mojando cada centímetro del gran árbol. Los truenos, relámpagos, rayos o como se llamen, empiezan su espectáculo.
Soltando toda su furia contra el árbol, las colinas y el pastizal. Cada dos segundo cae un rayo en una dirección diferente.

Escucho las expresiones de las personas "ohhhhhhhh", "Oh mi dios", "pobre de los que siguen afuera" y varios comentarios más que me hacen odiar estar aquí.

¿Se supone que lo que se observa en la esfera, es lo que está pasando en el exterior?
¡Me parece ridículo! No veo la manera de que eso sea posible.

Entre tantas cosas que han pasado, me olvidé de lo más importante: mi madre y Kenya.

¿Dónde estarán ellas?

Mi mente empieza a jugar conmigo, trayéndome malos pensamientos. Las imagino en nuestra casa, solas, Kenya desesperada por el miedo que le tiene a los truenos. Mi madre enloqueciendo al no saber qué hacer. Eso, en el mejor de los casos. Quizá un rayo destruyó el techo y las dejó expuestas, quizá ya estén muer... ¡Basta Cole! ¡Deja de pensar así! Me digo a mí mismo en la mente.

Me concentro y trato de alejarme de la multitud, empujando a un lado y pidiendo disculpas de vez en cuando. Ahora que estoy alejado de todos, corro al elevador, hago lo debido y comienza a subir. Los nervios hacen que no sienta el hormigueo en el estomago al ascender. Cuando se detiene y sube el panel, me doy cuenta de que apenas llegamos al segundo piso, al hospital. Justo cuando voy a presionar el botón veo a mi padre a lo lejos, caminando rápidamente. Apenas hay un par de personas también caminando en direcciones diferentes.

Salgo del elevador y le grito.

— ¡Papá!

El se detiene, voltea y me reconoce. Ahora se dirige a mi.

— ¡Debes ayudar a Kenya y a Mamá! – le suplico cuando estoy frente a él.

— Se supone que estarían aquí desde hace horas – dice nervioso –, no sé qué pasó.

Siento una punzada en el pecho.

— Esos inútiles no pueden hacer nada bien – sacude la cabeza – Tendré que ir yo mismo por ellas.

Supongo que por "inútiles" se refiere a los paramédicos que me trajeron aquí. Él debió ordenar que también trajeran a mamá y Kenya.

Las Armas de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora