8. Nadie

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La ultimo que escucho es un fuerte estallido. Vidrios rotos crujen con el impacto. Mi cabeza rebota con el mango de fierro del asiento delantero. Mi vista se pone en negro por un momento, segundos después veo todo claro nuevamente. Levanto poco a poco mi cabeza, intentando no lastimarme el cuello más de lo que ya está. Siento un líquido escurriendo del lado derecho de mi cara. Llevo mi mano hasta mi rostro, e intento averiguar de dónde proviene, toco mi ceja derecha, siento ardor y dolor al contacto con mis dedos, cuando los retiro, la sangre resbala por la palma de mi mano, me limpio en mi suéter. Volteo a la izquierda y veo a Aira inmóvil, llena de pequeños trozos de vidrios, pero ella no tiene rastros de sangre. Quito los pedazos de vidrio con cuidado, la sacudo del hombro ligeramente.

— Aira – sigo sacudiéndola –, Aira – una vez más, sin obtener respuesta –, Aira.

Aún respira, siento su pulso cardiaco. Debió golpearse la nuca, el impacto la dejó inconsciente. Necesito llamar a una ambulancia, reviso entre las bolsas de mi mochila, siento la pantalla fría de mi celular, cuando lo saco, está completamente roto, hasta está doblado, presiono el botón de encender y nada, está descompuesto. Recuerdo que Aira también traía su celular, lo busco en su mochila, cuando lo encuentro, me doy cuenta de que está en perfectas condiciones, presiono el botón de desbloqueo, marco el número de emergencias y pongo el dispositivo en mi oreja. Silencio. Intento marcar de nuevo. Silencio. Ahora marco al número de mis padres. Silencio. ¿Qué está pasando?

Tengo que salir de aquí, a buscar ayuda afuera. Cuando me dirijo a la puerta, veo al chofer con el cuerpo recargado en el volante, tiene la cara cubierta completamente de sangre, llena de rasguños y con vidrios encajados en los pómulos, una desagradable imagen.

Estando afuera, volteo a todos lados, tratando de encontrar a alguien para que nos ayude, pero no hay nadie. Parece que todo el mundo se escondió debajo de las piedras.

Ahora puedo ver el daño desde afuera. El autobús quedó reducido a tres cuartos de su tamaño original. La parte delantera está sumida y un vapor o humo asciende de la tapa del motor.
Nos impactamos contra un poste de luz que ahora está doblado en un ángulo de cuarenta y cinco grados. La llanta trasera izquierda, está ponchada, tiene una gran pieza metálica encajada. Un sendero negro de las llantas está marcado en el pavimento de la carretera, esto, por la fuerza que hizo el chofer para intentar frenar, el suelo mojado no ayudó en mucho.

Rodeo el autobús para seguir tratando de buscar a algún ser humano que pueda brindarnos su apoyo, no veo a nadie.
La sangre sigue escurriéndose sobre mi rostro. Me quito el suéter y lo pongo sobre la herida, intentando parar la hemorragia. Corro cerca de varias de las tiendas de la cera de enfrente, toco cada puerta y cada ventana que se me ponga en frente. Algunos de los departamentos tienen puertas de vidrio, intento observar, pero no hay movimiento alguno. Toco fuertemente el vidrio con mis nudillos y grito, con la esperanza de encontrar a alguien.

— ¡Necesitamos ayuda! – continúo golpeando el vidrio – ¡necesitamos ayuda!

Es inútil, no hay nadie. Es imposible que alguien no escuchara el impacto que tuvimos hace unos momentos. Si hubiera alguien por aquí, lo habría escuchado y habría salido, al menos por curiosidad para enterarse de lo que nos pasó.

Doblo en la esquina, esta calle tiene edificios altos, son hoteles y restaurantes. Todos están cerrados. Aquí tampoco hay nadie. ¿Dónde están todos? ¿Por qué no hay nadie cuando los necesitas?

Creo que lo mejor será regresar al autobús. Cuando giro en la esquina por la que entré, alcanzo a mirar el autobús. Mis ojos brillan y siento cómo mis labios se separan, dejando mi boca en forma de O. El autobús ahora está en llamas. ¡Aira sigue dentro!

Corro con todas mis fuerzas para alcanzar el camión. En mi acto desesperado, mis pies se atoran uno contra otro, haciéndome caer al suelo, giro sobre mi cuerpo y me vuelvo a incorporar a la carrera.

Al llegar a mi destino, subí rápidamente por la puerta intentando no tocar ninguna parte metálica del camión en llamas. Corro hacia donde se encuentra Aira. Aquí adentro, se siente un calor sofocante. Miro por las ventanas que ahora no tienen vidrios y veo el fuego subir cada vez más, dejando un humo negro.
Me encorvo para levantar a Aira, meto mi mano izquierda debajo de su cuello y la derecha debajo de sus rodillas. La levanto con todas mis fuerzas y camino con cuidado a la puerta de adelante. Justo cuando voy a bajar el primer escalón, una pequeña explosión hace que de un paso para atrás, casi pierdo el equilibrio. La explosión hizo que las llamas subieran más su intensidad. La entrada está cubierta por el fuego ardiente, bloqueándome el paso y haciéndome imposible bajar caminando sin quemarme las piernas. El chofer. ¿Qué hago con el chofer? Creo que no puedo hacer nada. Debe pesar el doble que yo, es muy robusto. Nunca podría cargarlo. Me hago la idea que, de todos modos, ya debía estar muerto.
Miro a la salida trasera, pero las llamas arden más intenso atrás. Tendré que saltar por aquí, para evitar contacto con el fuego. Tener en mis brazos a Aira complica el doble mi plan. Retrocedo un par de pasos, y, con todas mis fuerzas, doy el salto, agacho mi cabeza cuando cruzo la puerta, giro mi cuerpo y caigo de espaldas sobre el suelo, con el cuerpo de Aira encima de mi. Dejo a Aira un momento en el suelo y me levanto, siento un dolor en la espalda, pero lo dejo de lado. Me inclino para recoger a Aira, trato de correr para alejarme lo más posible del autobús incendiado. Me dirijo a la esquina por la que crucé hace un momento. Cuando estamos a unos sesenta metros alejados de él, pero sin llegar aún a la esquina, escucho la gran explosión detrás de mí.

Las Armas de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora