Mi secreto más bonito y bien guardado

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Es de noche. Quizá otoño, invierno tal vez. Huele a tierra, fuera.

La casa está oscuras, en la calle llueve a mares. No hay paraguas que bailen ni besos prohibidos en los charcos de luz de las farolas; pero yo he abierto la ventana para que se escape este silencio que no esconde sino mis gritos.

He de confesarte, ahora que estás aquí, mis más secretos sentimientos. No te enfades ni creas que te he usado o he jugado a escucharte solo para hacerte un pedazo de mi. Estabas otra vez fuera de su casa, de pie, como si esperaras que él te abriera. No, aún no digas nada, deja que mis palabras cuenten con hechos lo que nos pasó, o me pasó a mi...

Desde que te conocí, mi loca cordura se fue y ya no me queda nada. Has llenado con el timbre de tu voz cada rincón más vacío de mi intimidad, has tensado mis músculos con cada abrazo desprevenido; para, no digas eso. Siempre te escuché, siempre entendí tus respuestas, nunca he intentado sacarte de tu camino ni mal herirte. Pero la reacción que estás tomando me lleva a guardarme lágrimas y saber que diga lo que diga no seré tu poeta más bueno.

Déjame continuar subrayando cada vez que me has mirado tan triste, porque allí, en un rincón de los infiernos que tus ojos esconden, encontré a la niña tan bonita que eres tú. Era como encontrarme a mi mismo en el lunar perdido de tu espalda, como perder el norte por ir a tu sur y enamorarme de alguien como tú. Porque es mi balcón en la madrugada, el que era testigo de nuestras conversaciones largas y cómplice cuando nadie miraba..., donde me advertiste en no irme a enamorar. Y como un tonto lo hice.

Te suplico que me dejes acabar: sí, sé que estabas enamorada, lo estás, y yo siempre lo respeté. Nunca te robé un beso de esos que saben a frambuesa. Tampoco hice nada para separarte de él; y no nombres esa noche, no. Estaba amaneciendo y tú seguías ahí, mojada, con las gotas en tu cuerpo, suplicando que te abra: y él no lo hizo. Estabas tan sola, tan vacía de nada, pidiendo algo que él jamás te iba a dar... Apuesto a que no sabes cómo me siento cuando me tocas con un dedo, como tú esperas que aún viva la apuesta por vosotros dos. Pues él me quitó eso viéndote en la calle, rota, y no pude permitir que él te negara de esa forma. Juro que voy a esperarte, aunque igual que las demás, vas a preferir quedarte ahí, mientras él te deja fuera, con las maletas tiradas, y tú mirando a través de su pecera, antes que ser mi instante, mi momento, mi secreto más bonito y bien guardado.

No creas que te hice pasar para acercarte a mi piel, sino porque me partías el corazón.

Antes de que recojas las horas, las naranjas y los juegos de las tantas de la madrugada, que a ti te supieron a nada, quiero que me escuches como otro hombre enamorado, no como un poeta bohemio y de buhardilla: sentí la necesidad de confiarte quién soy, de hacerte saber de mi confianza, de una cama y un café por la mañana, y, si se podía, verte sin arreglar.

Antes de irte dando un portazo, de que meta la ropa que se está mojando y romper este último abrazo, déjame susurrarte que de esta historia de amarte y amarle... yo he sido el más perjudicado.

Amores infamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora