No ha sido nuestra culpa, no hemos sido nosotros.

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Hieren en su corazón hablando en altavoz. Vuelven.

Solo tiene sus manos para enfrentarlos. Han conseguido destruir todo lo bonito de su día a día, han volado por los aires con dinamita de insultos y desprecios cada sueño estructurado en sus nubes. Han hecho que, cuando escucha su nombre, agache la cabeza con vergüenza y asco, temblando de odio a sí misma, y aunque luego la llamaran para preguntarle si todo iba bien, ella levantaba la cabeza, aguantando las lágrimas, y sonreía diciendo que todo estaba perfecto.

Sí, le han hecho daño. Le han dado puñaladas por la espalda, por el pecho. Y aunque duelen en el alma, no duelen tanto como cada tirón de pelos, cada puñetazo, las zancadillas, los insultos que caían en inseguridades...

Pisó con los pies descalzos los cristales rotos. Se arrepentía de todo lo que había hecho. Las paredes de su cabeza casi la provocaban espasmos por el mareo de sus palabras dando vueltas por allí, rebotando, haciendo daño, doblando y rompiendo. Se agarró de las sienes con fuerza, casi arrancándose el pelo, obligando a que se callasen y a que la dejaran tranquila. No quería seguir escuchando que estaba gorda, que necesitaba adelgazar. Tampoco necesitaba la irregularidad de las palabras "puta" y "guarra" que se formaban en su camino de arena como una montaña con la que tropezarse y abrirse la cabeza.

La habían engañado como a una ilusa. Toda su vida creyendo que eran buenos, que no pasaba nada cuando la miraban de arriba abajo. Pero se equivocaba de parte a parte; eran malos, crueles, seguían haciéndoselo pasar mal. La señalaban y cuchicheaban con risillas mal disimuladas y carcajadas que rayaban la locura.

Y ella, enamorada como una tonta, cayó de bruces y contra una pared de ladrillos irrompible e inaccesible. Aunque golpeaba y gritaba, pataleaba, lloraba y arañaba, nadie la escuchaba; ellos seguían de pie viéndola caer, disfrutando por cada humillación, haciéndoselo pasar mal. Cuando los enfrentamientos dejaron de tener su gracia, empezaron a buscar cosas sin sentido para no perder la tradición de "riámonos de ella, porque siegue siendo quien es". Incoherencias, desastres imposibles de poner en pie. Pero dolían aún, se reían más y, para finalizarlo todo, empujarla, hacer un círculo alrededor de ella y golpearla, insultarla, humillarla de tal manera que pareciera que siempre fue ella la culpable. Su existencia es la culpable.

Que si está sufriendo, es porque ella aún está viva.

Se miró de nuevo en el espejo roto.

Se daba asco. Y apenas casi pudo aguantarse una arcada. Siguió impasible, vociferando con las cuerdas vocales rotas que era un desastre, que no merecía una vida llena de la mierda con la que estaba hecha.

Testigos solo ella y su piel, dañada como nunca, su corazón intentando cicatrizar con el yodo aplicado, su mente perturbada distorsionando la situación.

Ella, que estuvo enamorada de la vida, de sus padres, de su cuerpo... De todo lo que le pertenecía a ella... Ya no se aguantaba. No sentía la necesidad de abrazarse a sí misma y decir que todo iría bien, porque sería engañarse y ella ya no se creía nada que no fueran insultos.

El moratón de su ojo aún palpitaba. Las costillas gritaban con arañazos contra la piel. Su pecho subía y bajaba poco a poco.

Los gritos del otro lado de la puerta aún la necesitaban. Pero ella no iba a abrir.

-¡CARIÑO! ¿QUÉ TE PASA? -gritaba desesperada su madre, golpeando con fuerza, llorando como si lo más hermoso se le fuera a ir del mundo.

Papá aullaba su nombre que hasta los vecinos se habían enterado de que ella no iba a salir de allí.

Dos horas, tres. Sólo unos minutos más para finalizar esta triste historia de amor.

Luego, cuando mamá, abatida por la tristeza y por saber que su hija nunca hablaría, se dejó resbalar contra la puerta, dejó que la sangre hiciera una carrera a las lágrimas. Su cuello se estaba manchando de diferentes tonalidades de carmín, de rojo, fuego, tinta...

Se dejó desangrar entre los cristales y las lágrimas.

Poco tiempo después, papá derribó la puerta.

Mamá se acercó a gatas gritando tantos "¡No!" que pensé que iba a quedarse muda.

La acunó con amor mientras papá se arrodillaba a su lado a llorar en silencio.

La habían arrancado del mundo sin piedad.

Lentamente mamá fue acercándola más a su pecho, intentando convencer a su corazón que la niña más bonita que nunca había tenido se había ido.

No quiero seguir escribiendo algo sobre lo que la gente dice que se siente identificada y no quiere que siga ocurriendo, pero lo deja estar con palabras vacías y sin moverse del todo; sin abrazar a todas esas personas que tengan problemas físicos, psicológicos o de cualquier tipo. Ellas merecen tanto la vida como todos los demás; no podemos dejar que se hagan daño a sí mismos. Por que si no habrá otro cuerpo más a los pies de criminales que salen victoriosos gracias a una simple excusa:

No hemos sido nosotros. No pretendíamos hacerle daño. Pensábamos que se reía con nosotros y por eso lo hacíamos. Nunca quisimos que se muriera de verdad. No ha sido nuestra culpa, no hemos sido nosotros.

Amores infamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora