Huir

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Perdóname si no lo tomé en serio, si no guardé todas las tormentas que sufrimos. No voy a quedarme a mirar cómo disfrutas de este atardecer con un par de bicis y un bocadillo mal prefabricado.

Perdóname, nunca fui el elegido. Acabarás por convencerte de que entre las risas y la guitarra desafinada yo siempre encuentro un hueco para la evasión.

Perdóname por no calmar tu furia de teatro y luces. No pretendía que te quedaras en esa nada invisible, pero te veías hermosa desde ese palco, tan alta que casi tocabas la luna que prometíamos en Londres, que no quería destrozar esa imagen. No sé, pero siempre he preferido dejarte como un alma libre, y las terrazas a las nueve de la noche, con un vestido de gala, es tu hábitat de confort.

Perdóname por trasnochar entre fin de semana. Quería darte la maravilla de una madrugada a mi lado sin la necesidad de una cama para deshacer. Ya ves, un barco de vapor que llevaba a puerto de nadie; cosquillas desperdiciadas por dedos infames.

Perdóname por decidirme a quererte sin más. A dormirme en tu ombligo. A abandonarme en el intento. A confiarme de hacernos nuestros.

Perdóname por no esquivar cada puñetazo de alma que duele. No aguanto el momento de coger un tren lejos, que se me cruce alguien que cure cicatrices con un máster para enseñarme a besar sin remordimientos. O que simplemente, sin más, me deje nadando en tus ojos.

Perdóname al no liberar la fiera de tu pecho. No me gusta verte caminar hacia la puerta arriesgándolo todo.

Perdóname. No perdí la razón por cada una de tus palabras. A veces los reflejos callan lo más bonito de nosotros y nos mienten desde esa frialdad de cristal. Así he sido yo: me he guardado tu mejor yo para quererlo en privado. Quieres avanzar, perdonar, pero es mejor que me veas desaparecer.

Perdón por los días de lado. Siempre fui de soñar despierto, así que imaginarme una vida sentado contigo en el sillón era algo que yo no concebía. Echaremos de menos, pero nunca fue fácil comerte y contarme veinte. Te dejo esta tarde colgada por los pies, de vuelta, para no buscarnos otro camino sin final. No mires hacia atrás.

Perdón por no ser la extinción, la amargura, alguien a quien culpar. Darme de golpes arrogantes y frágiles no va a hacerme cambiar de lugar. No soy quien ideaste. No soy el que viaja con el viento y vuelve el verano que viene. Aquí me tienes, desnudo frente a tu espada de fuego, contra las cuerdas y el precipicio, adormilado en un huracán de hielo: haz lo que tengas que hacer, cariño.

Perdóname los intentos de frente, de mejillas. Los intentos de quedarme entre tus piernas que matan. La victoria contra tus medias. La dulzura de la mermelada. La cordura precipitada a faldas de montaña.

Salgo del túnel sin luz. Siento dejarlo todo así. Es mejor si no te digo a dónde voy ni con quién saltaré. No hago despedidas forzadas ni un abrazo de despecho. Te escribo un poco y me alejo unos metros.

Estaré en retaguardia, allí, vigilando. Hábito tener de ti. Amarra cuerda que abrigo disparos.

Amores infamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora