Los gatos de verano

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Nostalgia es cuando te das cuenta de que lo más bonito que has pasado se va enterrando al fondo de todo el lodo que has creado.

Nostalgia es cuando esos recuerdos saben y se huelen mejor de lo que lo hicieron entonces, pero entiendes que no vas a volver a vivirlos.

Nostalgia perdura.

Nostalgia se te clava.

Como un cubito de hielo resbalando por la espalda, como la seda resbala hasta el suelo, me han llegado esos recuerdos. Cómo explicarlos sin echar de menos, o cómo tocarlos estando tan lejos. Amores tontos, que queman; y yo tan tonto que aún busco salida de emergencia.

De vez en cuando te cruzas con un posible amor verdadero con suma de dos más dos. Yo era algo torpe, algo raro, y acabado el décimo tercer verano, empecé el instituto como un chico nuevo que venía de lejos. Pasan lista y me aprendo tu nombre mirando en tus ojos nada...

Bocas despistadas decían que eras una de esas chicas diferentes que buscan amor entre las costillas. Labios inseguros aseguraban que venías de otro instituto, de haberte visto besando a tantos bajo el mismo poste de luz de la calle diecinueve...

Pero los que son de los míos nos reímos. Me río yo de lo ingenuo que fui.

Te veía en los patios fumando con tus amigas, hablando de chicos que rompían corazones como pipas y suspendí historia por sentarme a tu lado. ¿A quién explicarle ese cosquilleo de sesos y tripa cuando las mariposas juegan al amor? Nadie en su sano juicio podría entenderlo.

Rubor en las mejillas y tartamudeos inconexos cuando te giraste a pedirme el bolígrafo negro con tu oscuro pelo atrayendo ese aroma a flores. Esperando una palabra pestañeaste, y un idiota como yo volvió a agarrarse de la sien. Un error de cálculo de maniobra y tus dedos rozaron mi mano con la sutileza con la que dos gorriones hacen el amor. Guardé en los bolsillos de mi pantalón el tacto de tu piel y llegué a preguntarme cómo sería tocando mi corazón.

No sólo yo caía en tus redes de seducción. Los chicos de la clase hablamos de cómo se siente cuando las manos del reloj dejan de girar si ella está presente. También de su pelo, sus ojos y sus dedos. Quién fuera cigarro para estar entre sus dientes.

Deseoso de ser el que se encuentre en su foto de perfil, de clavar las uñas en su piel, de dormir por una vez sobre su pecho... Y a la salida siempre volvía a la realidad, a verla viajar en ese asfalto gris y rojo.

No quería imaginar, ni inventar, sólo que una frase suya me desnudara en diciembre. Más de una vez lo hizo y yo morí de frío.

Han pasado muchos años y sigo preguntándome qué. No concibo la idea de aún aguantarme la voz sin declararte ningún te quiero. O gritarle que no tiene el derecho a jugar con nuestra oscuridad; aunque fuera una mentira.

¿Y por qué no? Dejemos a nuestro corazón flotar, pero con cuidado no se vaya a tropezar y se quiera estrellar como un avión kamikace. El mío justo hizo así cuando la vio partir.

El curso acabó y ella se fue. Sin decir a dónde ni cuándo volvería, sólo nos entregó lo mejor de la fragancia de su piel y de su escasa soltería.

Y pasaron los días, y los veranos, y los gatos que habíamos perdido alguna vida contigo aún maullamos a la luna todas las noches de agosto a julio.

Nadie ha sobrevivido a tus puntos de vista. Nadie ha vuelto del otro lado, del lado de los que probaron de ti y se han quedado con la suerte marchita entre los dedos. Nosotros sabemos que esa suerte es trocitos de polvo y de nada.

De polvo y de nada. Así me queda el tacto de tus dedos, bien guardadito en los bolsillos de mi pantalón. Hoy salen las palabras, atragantadas, que no te supe decir en aquel día, caducadas y desgastadas de tantas veces que las reventé contra mi cabeza.

Nostalgia es perdón.

Nostalgia no es olvido.

Amores infamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora