Capítulo 9

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Yo combato este instinto de teólogo; he encontrado su rastro en todas partes. Quien tiene en las venas sangre de teólogo adopta desde un principio una actitud torcida y mendaz ante todas las cosas. El pathos derivado de ella se llama fe: cerrar los ojos de una vez por todas ante sí mismo,para no sufrir el aspecto  de la falsía incurable. Se hace una moral, una virtud, una santidad de esta óptica deficiente, relativa a todas las cosas; se vincula la conciencia tranquila con la perspectiva torcida; se exige que ninguna óptica diferente pueda tener ya valor, tras haber hecho sacrosanta la suya propia con los nombres de "Dios", "redención" y "eterna bienaventuranza". He sacado a luz por doquier el instinto de teólogo; es la modalidad más difundida, la propiamente solapada, de la falsía. Lo que un teólogo siente como verdadero no puede por menos de ser falso; casi pudiera decirse que se trata de un criterio de la verdad. Su más soterrado instinto de conversación prohíbe que la realidad sea verdadera, ni siquiera pueda manifestarse, en punto alguno. Hasta donde alcanza la influencia de los teólogos está puesto al revés el juicio de valor, están invertidos, por fuerza, los conceptos "verdadero" y "falso"; lo más perjudicial para la vida se llama aquí "verdadero" y lo que eleva, acrecienta, afirma, justifica y exalta la vida se llama "falso"... Donde quiera que veamos a teólogos extender la mano, a través de la "conciencia" de los príncipes (o de los pueblos), hacia el poder, no dudemos de que definitiva es la voluntad antivital, la voluntad nihilista, la que aspira a dominar y la que se encuentra en juego...

El AnticristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora