Capítulo 23

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El budismo, como queda dicho, es cien veces más frío, verdadero y objetivo. A él ya no le hace falta rehabilitar ante sí mismo su sufrimiento, su sensibilidad al dolor por la interpretación del pecado; sólo dice lo que piensa: "yo sufro". Para el bárbaro, en cambio, el sufrimiento en sí no es decente; le hace falta una interpretación para admitir ante sí mismo que sufre (su instinto lo lleva más bien a negar el sufrimiento, a sufrir con mansa resignación). Para él, la noción de "diablo" era un verdadero alivio; tenía un enemigo poderosísimo y terrible; no era una vergüenza sufrir de enemigo semejante.

Entraña el cristianismo algunas sutilezas propias de Oriente. Sabe ante todo que en el fondo da igual que tal cosa sea cierta, dado que lo importante es que se crea. La verdad y la creencia en la verdad de tal coda son dos mundos de interese diferentes, poco menos que dos mundos antagónicos; se llega a ellos por caminos radicalmente distintos. Saber esto es casi la esencia del sabio, tal como lo concibe el Oriente; así lo entienden los brahmanes, como también Platón  y todo adepto a la sabiduría esotérica. Por ejemplo, si hay una ventura en eso de creerse redimido del pecado, no hace falta como premisa que el hombre sea propenso al pecado, sino que se sienta propenso al pecado. Mas si en un plano general lo que primordialmente hace falta es la fe, hay que desacreditar la razón, el conocimiento y la investigación; el camino de la verdad se convierte así en el camino prohibido.

La firme esperanza es un estimulante mucho más poderoso de la vida que cualquier ventura particular efectiva. A los que sufren hay que sostenerlos mediante una esperanza que ninguna realidad pueda desmentir, ninguna consumación pueda privar de su base: una esperanza que se cumplirá en un más allá. (Precisamente por este poder de entender al desgraciado, los griegos tenían la esperanza por el mal de los males, por el mal propiamente pérfido, que se quedaba en el fondo de la caja de pandora).

Para que sea factible el amor, Dios debe ser una persona; para que puedan hacerse valer los instintos más soterrados, Dios debe ser joven. Ha de llevarse a primer plano un hermoso santo para el ardor de las mujeres, y una virgen para el de los hombres. Esto en el supuesto de que el cristianismo quiera imponerse en un terreno donde ya cultos afrodisíacos o de adonis han determinado el concepto del culto. El concepto de la castidad acentúa la vehemencia y profundidad del instinto religioso; presta al culto un carácter más cálido, más exaltado, más fervoroso.

El amor es el estado en el que el hombre ve las cosas, mas que en ningún otro, tal como no son. En él se manifiesta cabalmente el poder de ilusión, lo mismo que el de transfiguración. Quien ama soporta más que de ordinario; aguanta todo. Había que inventar una religión en la que se pudiera amar; pues donde se cumple este requisito ya se ha vencido lo peor de la vida. Esto por lo que se refiere a las tres virtudes cristianas de la fe, el amor y la esperanza; yo las llamo las tres corduras cristianas. 

El budismo es demasiado tardío y positivista como para ser aún cuerdo de semejante manera.

El AnticristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora