Cap. 9

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—Debo admitir que eso ha sido rápido. —mascullo cuando, veinte minutos después de haberse marchado, Jos entra a la habitación cargando un par de bolsas de papel.

Él me regala una sonrisa radiante antes de cerrar la puerta tras él y sentarse en el suelo, frente a mi cama improvisada. Diablo se acerca a él meneando la cola y Jos lo acaricia diciendo—: No seas lame botas, no voy darte ni un ala completa. Confórmate con los huesos.

El perro parece haberlo entendido porque bufa con irritación antes de hacerse un ovillo a mi lado. Yo lo acaricio suavemente y observo a Jos sacar un par de platos plásticos de una de las bolsas. —He traído de todas las variedades posibles, ¿sabes?, había picosas, dulces, con adobo tailandés y unas adobadas con una especie de chili —dice mientras saca un montón de pequeñas cajitas térmicas. —. También traje puré de papa, bollos de pan y cerveza. ¿Te gusta la cerveza?

El aroma de las alitas adobadas me golpea y el hambre aparece dentro de mi cuerpo como por arte de magia. —Nunca he tomado cerveza. —admito.

Jos me mira como estuviera loca y dice —¿En serio?, ¿Nunca?

—No.

—¡Que Dios te asista!, ¡Las alitas adobadas con cerveza son la mejor combinación del mundo! —expresa exageradamente, haciendo cara de placer.

Una pequeña sonrisa se filtra entre mis labios cuando veo a Jos abrir una lata de cerveza y ponerla entre mis manos. Yo no puedo reprimir mi curiosidad y doy un sorbo a la bebida.
La amargues de la cerveza golpea mis papilas gustativas y, por un momento, quiero devolver el líquido a la lata, pero me lo trago haciendo una mueca. —¡Dios mío, esto es asqueroso! —chillo sacando la lengua en expresión asqueada.

Jos comienza a reír a carcajada abierta. Es una risa limpia, sincera, contagiosa. —¡Con las alitas, _____!, ¡Debes tomarla con las alitas! —me reprime mientras me ofrece una caja abierta. —. Éstas son picosas. Prueba la alita y después le das un trago a la cerveza. Te gustará, confía en mí.

Tomo una alita entre mis dedos y la muerdo. El sabor explota en mi boca y casi gimo de placer por lo deliciosa que es y después, doy un trago a la cerveza. Me sorprendo al darme cuenta que lo amargo de la cerveza combina muy bien con lo picante del adobo.

—¿Mejor? —inquiere. Una sonrisa baila en sus labios.

—Mucho mejor —admito.

Entonces comenzamos a cenar en silencio. Jos le da los huesos a Diablo y yo lo imito. El perro restriega su cara en el muslo de Jos en un gesto cariñoso y no puedo dejar de mirarlo. ¿Cómo un perro tan temible puede ser tan cariñoso?

—Lo encontré hace tres años en un lote baldío —dice Jos. Alzo la vista y él me mira con una media sonrisa torcida dibujada en los labios. Se limpia las manos con una servilleta y comienza a acariciar a Diablo detrás de las orejas. —. Estaba tan delgado que no podía ponerse en pie. Tenía una horrible herida expuesta en el muslo de la pata trasera izquierda. Era como si le hubieran arrancado un pedazo enorme de piel —su ceño se frunce mientras mira al perro con aprehensión. —. No podía dejarlo ahí. Iba a morir si no hacía algo, así que lo llevé a casa.

Mi corazón se encoge dentro de mi pecho al darme cuenta de que está hablando de Diablo.

—Ese día limpié su herida y la desinfecté. Intenté darle de comer pero no abría la boca, así que lo alimenté a base de sopa y agua en una mamila un par de días. Lo llevé al veterinario y me dijo que sería difícil que viviera. Si no moría por desnutrición, moriría por su herida —continua—. Cuando pasó la semana y comenzó a comer por sí solo, me di cuenta de que era un guerrero y de que no podía dejarlo morir. Lo llevé a una clínica especializada y le cocieron la herida. Sesenta puntos en total... —la mirada de Jos está perdida en la nada y yo siento un nudo instalándose en mi garganta. — Después de seis meses, me atreví a ponerle un nombre: Diablo. Y se ha quedado a mi lado desde entonces.

La mirada de Jos se posa en la mía y sonríe tímidamente. —No sé por qué demonios estoy contándote esto. —se disculpa.

Yo me aclaro la garganta y sonrío suavemente. —Creo que no pudiste haber encontrado una mejor compañía. Está agradecido contigo.

—Él cree que yo lo salvé, pero no sabe que yo lo necesitaba tanto como él a mí. —susurra y mi corazón se encoge dentro de mi pecho.

—Eres un chico solitario... —me aventuro a decir.

Una sonrisa triste dibuja sus facciones. —¿Cómo no serlo cuando estás metido hasta el cuello en cosas que no deberías? —su mirada encuentra la mía —. No soy un buen chico, _____.

—Creo que te equivocas —digo—. Creo que eres un buen chico que intenta desesperadamente ser malo. No te queda, Jos.

Su mirada encuentra la mía y, de pronto, veo una ferocidad que jamás había visto en nadie. —No me conoces. No digas nada si no me conoces. —su voz es tan ronca que casi suena gutural.

—¿Quieres tenerme aquí encerrada? —pregunto con un hilo de voz.

—¡No! —suelta rápidamente.

—¿Quieres hacerme daño?

—¡No!

—¿Quieres el dinero que van a cobrar por mi libertad? —mi pecho duele con ésa pregunta.

—¡NO! —espeta, y ésta vez noto la furia en su mirada.

—Entonces no me vengas con el "No soy un buen chico". Lo eres. Yo sé que lo eres —finalizo, intentando convencerme a mi misma de aquello.

Sé que no lo conozco, sé que es un delincuente pero una parte de mí quiere creer desesperadamente que es un buen chico y que cometió errores. Errores que lo han llevado a estar en una banda de delincuentes.

La mirada de Jos me quema por dentro. Hay ira, desesperación, frustración y anhelo en la forma en la que me está mirando y, por otro lado, no quiero que deje de mirarme. —¿Qué pensarías de mí si te digo que he matado personas por dinero?

Mi corazón se estruja dentro de mi pecho, pero me obligo a sostenerle la mirada. —Seguiría creyendo que eres una persona que ha cometido muchos errores. Errores que te han llevado hasta dónde estás. —digo, con un hilo de voz.

—¡Podría matarte, _____! —de pronto, saca de la cinturilla de su pantalón una pistola negra de aspecto atemorizante y su mirada se desencaja. —¿¡Qué te hace sentir estar cerca de un hombre que carga una de éstas a todos lados?!, ¡PUEDO MATARTE!

Mi corazón comienza a latir con fuerza dentro de mi pecho, las lágrimas pican en mis ojos pero me obligo a sostenerle la mirada y trago duro. —Te reto a hacerlo —digo, con un hilo de voz.

El agarre de la mano de Jos se tensa y su dedo baila en el gatillo. Estoy a punto de cerrar los ojos y suplicarle que no dispare, cuando lo veo sacar la carga de la pistola y lanzar el arma descargada hacia la pared con demasiada fuerza.

Su respiración es agitada y noto como su pecho, grande e imponente, sube y baja por la ira. —No puedo —jadea. —No puedo matarte.

Sin decir una palabra más, me acerco a él lentamente, esperando algo de rechazo pero no se mueve. Mis brazos se envuelven alrededor de su torso y lo siento tensarse unos segundos. No me devuelve el gesto pero siento como su cuerpo se relaja a medida que aprieto mis brazos a su alrededor. De pronto, una mano grande se posa en mi cabeza y cierro mis ojos, absorbiendo su suave contacto.

Mi corazón ruge con furia dentro de mi pecho, pero ésta vez no es de miedo. Ésta vez me permito sentirme segura. Ésta vez me permito sentir su calor, su aroma y su fuerza. Ésta vez no sé qué me pasa.  

Cautiva..! {JosCanela y tu}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora