Cap. 24

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No he visto a Jos en días. 

Tres largos y tortuosos días en los que no he pronunciado ni una sola palabra. Tres largos días amarrada por las muñecas y los tobillos, con una venda sobre los ojos. Tres días escuchando las maldiciones de Villalpando al intentar darme de comer si éxito. Tres días en los que sólo he probado un trozo de pan correoso y agua, y ni siquiera me importa. Nada importa ahora.

—Esto tiene que parar. Tienes que comer —dice Villalpando. ¿Es mi imaginación o suena preocupado?

Yo no me muevo. Sigo hecha un ovillo, manteniéndome junta. Sé que si dejo de abrazar mi propio cuerpo, voy a desarmarme a pedazos.

—No quieres que venga Freddy a alimentarte, créeme. Sólo..., sólo abre la boca y come. Aunque sea un poco... —su voz es suplicante ahora—, ¿por favor? —intenta como último recurso.

—N-No tengo hambre —hablo por primera vez en días, y mi voz se escucha extraña a mis oídos.

—Ayer no comiste nada. Sólo tomaste agua, vas a enfermar.

—¿Por qué te preocupa tanto que coma? —pregunto con irritación.

Villalpando guarda silencio y, de un momento a otro, su voz es hielo—: Como quieras, entonces. Muérete de hambre.

Lo escucho ponerse de pie y alejarse hasta que la puerta se cierra de un portazo. Escucho a Diablo gimotear muy cerca de mí y siento la humedad de su lengua sobre mis manos. Ni siquiera tengo la voluntad de levantar una mano y acariciarlo, pero él no deja de lamerme.

—Quieto —la voz ronca de Jos hace que un escalofrío me recorra el cuerpo y me odio por reaccionar así con tan solo su maldita voz.

Diablo deja de lamerme y escucho el crujir de la madera con sus pasos rápidos y alegres. Lo escucho jadear y resollar, feliz porque Jos está aquí.

Los pasos de Jos se acercan con cautela y yo me tenso por completo. Sin preguntar, tira de mí y jadeo cuando me toma entre sus brazos, levantándome del suelo; presionándome contra su pecho, llevándome a no sé dónde. Siento algo blando debajo de mí, y sé que estoy en el tendido. Sus manos deshacen el nudo de mis manos, luego el de mis pies y, finalmente, deshacen el nudo del paño que cubre mis ojos.

No lo miro. Mi mirada está fija en la blancura de las sábanas y los recuerdos de él abrazándome fuerte durante las noches me golpea, causándome un dolor insoportable dentro del pecho.

—No has comido —su voz es dura, furiosa.

Yo no respondo.

—¿Por qué? —inquiere y cierro mis ojos con fuerza ante la dureza de su tono.

Abro la boca para responder pero la cierro de inmediato. ¿Cómo explicarle que llevo tres días revolcándome en mi miseria?...

—_____, por el amor de Dios, mírame —su voz es una súplica desesperada y mi respiración se atasca en mi garganta.

Mi mirada se levanta hasta encontrar la suya, pero no digo nada.

—Vas a comer ahora mismo, _____; o voy a introducir la comida por tu nariz y no va a ser agradable —amenaza, pero noto la calidez en el tono de su voz.

Yo no hablo, me limito a observarlo frotar mis muñecas, intentando borrar las marcas de las cuerdas sobre mi piel. No dice nada tampoco, parece debatirse internamente sobre algo pero no logro descifrar su expresión. Se levanta y sale por la puerta rápidamente, volviendo a los pocos minutos con un tazón entre las manos.

Me lo ofrece, pero cuando intento tomarlo, me doy cuenta de que estoy temblando incontrolablemente.

—Déjame ayudarte —masculla y lo sostiene para mí, mientras yo tomo la cuchara y me la llevo a la boca a desgana.

El sabor a pollo explota en mi boca y me encuentro cerrando los ojos, disfrutando lo que estoy llevándome al estómago.
Repito la acción una y otra vez hasta que el cuenco está vacío. Jos retira el plato y sus ojos encuentran los míos. La tensión entre nosotros es palpable, pero no me atrevo a decir nada. No sé qué decir.

—Vamos a que tomes un baño —susurra y enreda sus brazos en mi espalda, tirando de mi cuerpo hacia arriba.

El dolor estalla en mi espalda y gimoteo, aferrando su playera en un puño; apretando los dientes con fuerza para reprimir un grito.
Aún me arden las llagas de la espalda. No he podido ver qué tan sanadas están, pero me doy cuenta, en ese momento, de que siguen abiertas.

Rápidamente afloja su agarre y me recuesta en el tendido con mucho cuidado. Sus ojos son frenéticos, asustados, aterrados...

El entendimiento cruza su rostro y su mirada se vuelve fría. —Date la vuelta —pide y yo no me muevo—¡_____, date la maldita vuelta y déjame ver tu espalda! —brama y yo tiemblo ante la ira que irradia todo su cuerpo.

Cautiva..! {JosCanela y tu}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora