Cap. 42

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—El jurado encuentra a Jose Canela, inocente del cargo de privación de la libertad —una pequeña punzada de alivio recorre mi pecho, pero aún hay más cargos por afrontar—, y culpable de los cargos de: posesión de armas y complicidad delictiva.

—¡No! —jadeo y me cubro la boca. No puedo. No puedo con esto. No puedo creerlo. No...

—La condena original es de doce años de prisión, pero debido a su participación en la liberación de la víctima y haber entregado a los autores intelectuales del atentado, se reduce a cinco años de prisión sin derecho a fianza.

No puedo hablar. No puedo dejar de llorar. Quiero gritar. Quiero golpear a alguien. Quiero que lo dejen libre.
Me precipito hacia adelante. Necesito alcanzarlo. Necesito alcanzarlo antes de que se lo lleven. Necesito decirle que lo amo. Necesito decirle que encontraremos la forma de ayudarle, aunque no haya mucho por hacer.

Corro hasta donde se encuentra y apenas tiene tiempo de registrar mis movimientos, cuando me abalanzo sobre él en un abrazo urgente.

—¡No, no, no, no, no! —Sollozo enterrando la cabeza en su cuello.

—Está bien. Todo está bien, amor —susurra contra mi cabello, pero sé que nada está bien.
No me está abrazando debido a que está esposado, pero sé que quiere hacerlo. Noto la desesperación en sus movimientos.

—¡No pueden hacernos esto!, ¡No pueden!, ¡No...! —las palabras se atascan en mi garganta y me aferro a él con fuerza.

—Shhh... Shhhh.... Está bien, cielo. Todo está bien. Vamos a estar bien.

—Debemos llevárnoslo —anuncia uno de sus escoltas, pero no estoy lista para dejarlo ir.

Me aparto un poco para mirarle la cara y estoy aterrorizada. No dejo de llorar. —No puedo hacer esto sin ti. No puedo. No voy a poder tenerlo sin ti —digo en un susurro aterrado. Él sabe de qué hablo. Él sabe que hablo de nuestro pequeño.

—Si puedes. Puedes hacerlo. Debes hacerlo o no voy a perdonártelo nunca —sus ojos están llenos de lágrimas y me siento miserable.

—No puedo hacer esto sin ti —susurro una vez más y él pega su frente a la mía.

—Claro que puedes. Eres la mujer más fuerte y valiente que conozco —lágrimas pesadas caen por sus mejillas, pero aún así me sonríe—. Y por eso te amo.

—No me dejes sola. No quiero estar sin ti. No puedo hacerlo. No encuentro mi lugar en el mundo. Mi lugar es contigo —sollozo y siento que alguien tira de mi brazo.

—Y mi mundo eres tú —susurra y, por primera vez, veo el miedo en su mirada. Por primera vez, veo el dolor en sus facciones. Está aterrorizado.

—Señorita...—noto la advertencia en el tono de voz del oficial, y sé que no nos queda mucho tiempo.

—Te amo —susurro y planto mis labios en los suyos.

Es el beso más doloroso que he podido probar. Es el beso más difícil que he dado en mi vida. Me aterroriza la sensación a despedida que deja en mi pecho. ¡Él no puede dejarme de ésta forma!, ¡No puede hacerme dependiente de él y luego marcharse así como así!, ¡No puede...!

—Te amo, _____ —susurra con la voz enronquecida, y lo apartan de mí. Lo alejan de mi camino.

Unos brazos se envuelven a mí alrededor y me echo a llorar. Todo esto tiene que ser una pesadilla. No puede ser real...

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero comenzamos a caminar. Quien sea que esté sosteniéndome me guía hasta la calle y me hace sentarme en las escaleras del precinto.

—Debes dejar de llorar —susurra una voz femenina y levanto la cabeza. La madre de Jos, me mira con los ojos llenos de lágrimas—. No le hace bien al bebé.

Abro la boca para responder, pero no puedo hablar.
Mi madre aparece a los pocos minutos con una botella de agua y me la entrega. Yo bebo sorbos pequeños y respiro profundamente.

—No puedo hacer esto sola —susurro con la voz entrecortada.

—No estás sola, cariño —dice la voz entrecortada de la madre de Jos quien acaricia mi cabello con una dulzura que me sobrecoge por completo—. Me tienes a mí.

—Y me tienes a mí —mi mamá se sienta a mi lado y me abraza con fuerza.

—Lo necesito —sollozo contra su pecho—. Lo necesito tanto. Él... Él sólo...

—Shhh... Lo sé. Él sólo cuidó de ti.

—No puedo hacer esto sin él —susurro.

—Si puedes, cariño. Si podemos. Juntas —Mariana suena rota y cansada y no soy capaz de decir nada que traiga paz a su corazón, porque yo me encuentro tan destrozada como ella.

No sé cómo voy a hacer esto.  

Cautiva..! {JosCanela y tu}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora