Capítulo 4.

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—Entonces, —dije una vez la señora se alejó de nosotros maldiciendo a las nuevas generaciones—. ¿Por qué me seguías? 

—Al principio no lo hacía, pero después con eso de que no te quieres hacer cargo de mi hijo, tuve que seguirte. —dijo y rió como era su costumbre; con sinceridad.

—¿Y ahora? —pregunté refiriéndome al hecho de que seguía aquí y no a su primer destino.

—No sé, dímelo tú ¿a dónde vamos? 

—Mira, Lucy. —llamé su atención—. Tal vez no lo dejé muy claro pero no quiero conocerte, no quiero estar tanto tiempo contigo y mucho menos socializar. No quiero incluirte en mi circulo de amigos o entablar un tipo de relación contigo. No quiero llegar a preocuparme por ti o estar pendiente tuyo. No quiero que llegues a ser alguien en mi vida...

 —Escúchame tú, Natsu. —me interrumpió—. No sé que problemas tengas con las chicas o con las relaciones, no todas viven a tus pies y tú no vives a los pies de nadie. Yo no estoy aquí por algún juego en tratar de enamorarte o en yo hacerlo de ti, sólo que se me haces una persona poco común; quieres que me enamore de ti, quieres que te ame pero no me das los medios para hacerlo. ¿Crees que por alejarme de ti harás que te ame? ¿Crees que alguien se enamorará de tu figura despreocupada y desalineada? ¡Ni los botones de la camisa puedes abrochar! —gritó lo último y con sus largos dedos tocó mi pecho para después arreglar los primeros botones que según ella estaban mal abrochados, sin embargo yo sabía que estaban bien puestos, mi madre los había acomodado esta mañana—. Sólo estoy aquí para conocerte, no para que tú lo hagas de mí. Sólo quiero saber porque de tantas personas precisamente yo debo amarte: no tengo nada especial en comparación a las otras chicas del instituto u otra cosa para llamar tu atención. Así que por primera vez deja de pensar sólo en ti y dime a dónde vamos a ir. —dijo y sin darme cuenta empecé a amar su terquedad. Porque era terca por naturaleza y siempre estaba a la defensiva por reflejo. En estas cortas conversaciones me había dado cuenta de las costumbres de ella al hablar: levantaba la ceja izquierda siempre que creía tener la razón, achicaba los ojos cuando escuchaba algo estúpido u ofensivo y en su mayoría su ojo izquierdo parpadeaba como un tic. Sin duda ponía demasiada atención en ella cuando no debía.

  —Okay, —atiné a contestar—. Yo iba a mi casa, pero si quieres podemos ir a... no sé ¿te gustan los tacos? 

—Si que eres increíble.  —dijo y volvió a reír—. Unos tacos estarían perfectos. 

—Bueno, cerca de aquí hay una taquería, no he probado sus tacos pero supongo están buenos. —dije como si su anterior revelación no me hubiera afectado. 

   Como si ambos fuéramos unos expertos en el tema; nos dirigimos hasta los famosos tacos y una vez llegamos hicimos nuestra orden.

  —¿Dónde nos sentamos? —preguntó Lucy—. Está muy lleno. 

—No te preocupes, deben ser rápidos. Qué tal si nos sentamos a lado de la ventana. —propusé y ella me sonrió en respuesta. 

   Caminando entre mesas llegamos a la mesa desocupada a la orilla de todo y nos sentamos. Yo frente a Lucy. 

—Bueno, —llamó ella mi atención—. Háblame de ti.

—¿Qué quieres escuchar? No soy muy interesan...

—No arruines el momento, Dragneel. —me interrumpió y esta vez fue mi turno de reír.

—Esta bien, esta bien. —suspiré—. Me llamo Natsu Dragneel, acabo de cumplir los dieciocho el mes pasado, mi color favorito es el rojo, no me gusta ninguna clase pero la que menos me molesta es la de artes, era parte del equipo de lacrosse el año pasado, deje de ser virgen a los dieciséis, mi comida favorita es la pizza hawaiana, no me gustan los lugares llenos de personas, odio a tu hermanastro, odio al presidente, odio las orillas del pan...

  —¡Bájale a tu rumbo! —me interrumpió con una sonrisa—. No tengo tanto tiempo para escuchar cada cosa que odies. 

—¿Entonces qué quieres escuchar? —le pregunté. 

—No sé, algo que te caracterice de los demás. Detalles que cuando los recuerde vea tu imagen, algo que te describa... 

 —Soy muy ignorante, duermo con la luz encendida, no he dado mi primer beso...

—¡Espera! —volvió a interrumpirme—. ¿Cómo es que ya no eres virgen pero no has dado tu primer beso? ¿Eso es posible? 

—No es necesario besar a alguien para dejar de ser virgen.

—Si lo es.

—¿Entonces si yo te beso en este momento quiere decir que pronto tendremos sexo? 

—¡Sí! —contestó y luego corrigió—: ¡No! No se trata de nosotros.

—¿De qué se trata entonces? —pregunté. 

—No sé, ya ni siquiera sé de que estábamos hablando. —admitió y justo cuando iba a decirle algo apareció la mesera con nuestra orden de tacos y con dos sodas en mano. 

—Sé que mi opinión no importa pero si es necesario dar el primer beso para dejar de ser virgen. —opinó la mesera mientras dejaba ambos platos en la mesa y Lucy ante su repuesta sólo me volteo a ver como diciendo "¡Ves!". 

 —¿Usted ha dado su primer beso? —le pregunté. 

—Claro, ahí donde me ves tuve vida en la preparatoria. —respondió ella y sonrió arrugando más su rostro. 

 —¿Dio su primer beso con la persona con quién dejó de ser virgen? —preguntó esta vez Lucy. 

—No, pasaron muchos chicos antes del indicado. —dijo la señora a la cual le calculé algunos cuarenta años por lo mucho—. Pero que eso no los detenga. Si quieren tener relaciones; adelante, que un beso no los opaque. Los amores van y vienen y si ustedes serán un amor pasajero del otro; por lo menos hagan que valga la pena.  —y se fue, suponiendo que eramos una pareja que quería tener sexo. Se fue llevándose la última palabra y mis ánimos para comer. 

—Creo que deberíamos empezar a comer. —dijo Lucy después del incómodo silencio y tomó el taco entre sus dedos.

—¿No se comen con cuchara o tenedor? 

—No seas una nena, Natsu. Toma el maldito taco con tu mano y trágatelo. —respondió claramente ofendida y yo sin saber el porqué; agarré la tortilla llena de carne y le di una mordida. 

—¿Qué tal? —preguntó una vez terminé con el primer bocado—. ¿Es aceptable para tu paladar de princesa? 

—Hmm... —jadeé—. Borra la pizza hawaiana de mi comida favorita y anota el taco. Está exquisito, ¿qué tiene? 

—Tortilla, carne, salsa, aguacate. ¿En serio nunca habías probado uno? —preguntó sorprendida lo último. 

—No, pero algo me dice que los comeré más a menudo. —contesté y sin darme cuenta empecé a amar las muecas que ocasionaba en ella. 

Enamorando al Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora