~Aliados sin trampas~

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CAPÍTULO III

La lluvia cubrió los terrenos de la mansión Croft. Nathan Drake se encontró frente a las altas rejas que le impedían la entrada, empapado hasta los huesos, luego de haber tocado el timbre durante más de veinte minutos sin obtener respuesta. Sin embargo, sabía, como también lo sabían quienes lo habían enviado, que Lara Croft estaba allí dentro.

No había tiempo para sutilezas. Trepó las rejas con agilidad, aterrizó sin hacer ruido y cruzó el jardín, ignorando cualquier protocolo. Esta reunión debía suceder.

Adentro, Lara revolvía documentos que ya había leído incontables veces, registrando cada rincón de su biblioteca con la esperanza de hallar algo que antes hubiese pasado por alto. Apenas obtuvo vagas y crípticas referencias a un sitio oculto en México. Nada concreto. Nada útil.

Aunque había aprendido a convivir con la muerte de sus padres, el vacío seguía ahí. La soledad era una constante silenciosa, especialmente en noches como aquella. Una pregunta volvía a atormentarla desde su última expedición con la fuente divina: ¿Y si hubiera elegido a mis padres? Pero sabía que ese deseo, aunque humano, habría sido egoísta. Podía haber costado el destino mismo de la humanidad o a lo mejor sí era una trampa mística. Como fuera, la tentación de torcer el tiempo era peligrosa. Pensó en su padre: es una lástima que hayas dejado tantas expediciones inconclusas, sobre todo teniendo en cuenta que eso arruinó tu matrimonio.

Un nuevo timbrazo quebró el silencio, agudo y molesto. Frunció el ceño.

—¡¿Winston?! —llamó, esperando que el mayordomo respondiera. Nada.

El sonido persistía, insistente. Lara, molesta, cerró el registro que tenía en las manos justo cuando notó algo detrás de una hoja ya leída: una línea escrita a mano decía: "No sé qué poder tenga, pero es enorme y peligroso."

Otro timbrazo. Exasperada, se puso de pie y se dirigió a la puerta, aún sin entender por qué Winston no atendía. Al llegar al recibidor, notó algo extraño: la puerta principal estaba ligeramente abierta.

Frunció el ceño.

—Otra vez no... —murmuró, dudando si su instinto era paranoia o precaución.

La noche era oscura. La bruma y la lluvia formaban una cortina que dificultaba ver. Afuera, junto a la fuente del jardín, una figura se acercaba. Un relámpago iluminó el rostro del hombre. Por un segundo, Lara creyó ver a su viejo amigo Alex... pero era imposible. Él estaba muerto.

—¡¿Quién eres y por qué entraste sin permiso?! —preguntó, firme, sin titubear.

—Nathan Drake —respondió avanzando con calma—. La reja estaba abierta.

Lara desvió la mirada hacia la verja, aunque estaba demasiado lejos para confirmar si decía la verdad. Dudó. Luego regresó la vista, aún alerta.

—¿Qué quieres? —Su dureza hizo provocó que Nathan encogiera los hombros.

—Encontré algo que alguien olvidó —dijo Nathan, sacando de su mochila un paquete plastificado con documentos empapados—. En un pub, cerca de aquí...

Él los extendió. Ella se los arrebató y procedió a revisarlos rápido.

—Tienen una anotación de Richard Croft en la parte trasera. Supuse que debía devolverlos.

Lara lo observó con escepticismo y confirmó que evidentemente pertenecían a su padre. ¿Registros robados en un saqueo... encontrados en un bar cualquiera?

—Gracias por traerlos. Ahora, si no tienes nada más, te pediré que te vayas.

Nathan sonrió.

—Así que... ¿la Grieta de un Ojo de Oro? —comentó —. Capaz de otorgar un poder inimaginable...

Dos Mejor Que UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora