Allí estaba él, como cada noche, asomado a la ventana de su apartamento en el centro de la ciudad, con su taza preferida, la que compró en su viaje a Australia.
Para él se había vuelto rutina tomarse su vaso de leche con Cola Cao a las 11 pm apoyado en el gran ventanal de su salón.
Le gustaba observar las calles casi desiertas con apenas unos coches y unas cuantas personas, sin el ruido de los atascos, sin la gente corriendo de un lado a otro, sin la contaminación de tanto automóvil, y con la iluminación de los carteles del McDonalds de la esquina; y esque la verdad es que él siempre prefirió la montaña a la gran ciudad, siempre había preferido lo tranquilo. Quizás es por eso que nunca le gustó el café, o más bien la sensación que tenía al tomarlo, pero tampoco es que le gustara el malestar que le producía el tomar alcohol o emborracharse; eso si que lo odiaba a pesar de su época de ir de fiesta en fiesta como si no hubiera mañana.
Pero al fin y al cabo solo era un chico asomado a la ventana en la ciudad del amor.