Doce horas de vigilia.
En Geelong, una de las ciudades más prósperas de Victoria, Australia, se encontraba un laboratorio de Dacio Krasnodario, que tenía los mayores protocolos de bioseguridad del mundo. Unos protocolos que Pesadilla quebrantó. Era el único que guardaba las muestras del Surbiro de Baggos, y otros peligrosos microorganismos más.
El laboratorio lucía impoluto, tenía paredes y suelos blancos, y superficies sin una mota de polvo. Estaba bien iluminado gracias a unos potentes focos. Su zona más profunda estaba recubierta de azulejos azul e índigo, además de una tenue penumbra. Las esquinas de cerámica tenían escarcha, y el ambiente frío invitaba a permanecer lejos de su interior.
Sin embargo, la doctora Astridia Orbon se atrevió a quedarse. Llevaba un atuendo apropiado para abrigar su menudo cuerpo, y evitar el posible contagio con microorganismos tan peligrosos como el Surbiro.
El vaho de su aliento creó un círculo perfecto sobre el casco de plástico que llevaba, y sus gruesos guantes de tono naranja ocultaban el titubeo de sus manos.
Abrió un contenedor de metal, y un pesado humo blanco se esparció por el aire y entre sus dedos temblorosos. Luego, expectante, sacó con cuidado una larga vara de metal con una hilera de cápsulas. Ella se quedó quieta por un momento al ver aquellas envolturas redondas, cada una escondía distintos microorganismos, pero a pesar de las diferencias que había entre ellos, todos compartían dos características. La primera era que todos eran igual de mortíferos. La segunda, que cualquiera había sido el origen de alguna epidemia o pandemia que había matado a miles de personas. La única «buena» noticia era que si estaban ahí guardados, significaba que se había encontrado una cura. Su aislamiento bajo el frío y la soledad significaba otra victoria más para la humanidad.
Pero esa victoria contra el Insomnio S.B. aún estaba pendiente.
Astridia miró la última cápsula, que contenía el Surbiro de Baggos, y pensó que aquel pequeñísimo organismo creado por el mismo hombre sería el autor de su propia extinción. Porque, de todos esos causantes de enfermedades, el Surbiro era el único que carecía de una cura. Era invencible, una excepción.
La doctora Orbon quería investigarlo de nuevo. Usaría la primera muestra que crearon, y se propuso encontrar una solución en solitario. El resto del equipo de expertos estaba en la Bona Wutsa, y ella ignoró las órdenes de sus superiores de permanecer allí. Voló en su jet, sola, desde el sur de África hasta Oceanía. En sus pensamientos, había asumido que no iba a comer, beber o descansar ni un segundo hasta encontrar la solución.
Estuvo encerrada en la habitación contigua al Nivel de Bioseguridad 4 durante las seis horas siguientes.
Durante aquel difícil tiempo, se quitó el traje de bioseguridad, se remangó los puños de su bata blanca, se recogió el pelo, y le faltó poco para tirar su intercomunicador a la basura. Todo le estorbaba, y no quería tener distracción alguna. Solo quería centrarse en mirar miles de veces por el microscopio, analizar datos en el potente ordenador del laboratorio y sintetizar sustancias para probarlas con unos monos que había allí, sus sujetos de prueba.
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Insomnio: Primeros Confederados | SC #1
Science Fiction¿Te atreves a cerrar los ojos? Si duermes, mueres. - Primera parte de la Saga Confederados. - La Tierra. Año 3510 d.C. El planeta llega a un nivel de contaminación elevado, y para prevenir una catástrofe causada por la polución, la humanidad inventa...