Treinta y cuatro horas de vigilia.
Kurtis dejó su táser y la pistola reglamentaria sobre la mesa del descuidado laboratorio, al lado de su placa y su identificación como miembro de seguridad del Sindicato. También se quitó el chaleco antibalas y las botas, y se tumbó sobre una camilla que había en la habitación. A pesar de su mal estado, de la dureza de su superficie y el molesto chirrido que producía su estructura con el más mínimo movimiento, el agente Slade sintió como si estuviera tumbado sobre algodón y seda.
Norak le colocó unos electrodos a su amigo para monitorizar sus constantes vitales. Dos sobre las sienes, otras dos sobre los hombros y los restantes sobre sus tobillos. La máquina conectada a los electrodos también absorbía el sudor por las pegatinas para analizar el contenido electrolítico de su fluido corporal. Su cabeza llevaría otros electrodos más pequeños que estaban enchufados en un monitor distinto.
—En serio, ¿qué me estás haciendo? —Kurtis se quejó.
—Tal vez salvarte la vida, o por lo menos hacer el intento... Con esto sabremos cómo evolucionará tu cuerpo tras haber tomado la cura.
—No seas ridículo, Nor. Si me duermo y el Plan Morfeo no funciona, jamás me despertaré. Me importa un bledo correr el riesgo, alguien tenía que hacerlo. Alguno de nosotros tenía que ser el mártir.
—Kurtis, no pienso dejar que te mueras, ¿me oyes? —dijo Norak, y agregó en un tono irónico—: Si querías palmarla, haberlo dicho antes, que me he tirado media hora colocándote todo el cableado este. Ahora que tienes que estar calladito, no paras de abrir la boca. ¿Es que ya te has acostumbrado a no dormir?
—El ser humano puede acostumbrarse a todo si esa es la única forma de sobrevivir —contestó Slade.
El enfermero suspiró, y miró ambas pantallas de la máquina. Las constantes vitales de su amigo aparecían en los monitores, tanto su pulso como su frecuencia respiratoria, además de sus ondas cerebrales. Los cables que colocó sobre su cabeza eran para medir un electroencefalograma. También había unas cifras que se correspondían con los niveles electrolíticos de su sudor. Todo parecía estar dentro de la normalidad, y Norak mantuvo la esperanza. Tocó a su amigo en el hombro, y le lanzó una mirada tranquilizadora. Kurtis la captó, y antes de cerrar los ojos, agarró con fuerza el antebrazo de Norak diciéndole las que, tal vez, podrían ser sus últimas palabras:
—Si no salgo de esta, prométeme que no te rendirás y que cuidarás de los demás, en especial de Astride. Fuimos buenos amigos hace años. Jamás podría olvidarlo. Quiero que me prometas eso. Sé de sobra que este planeta es una mierda, Nor. Pero es nuestra casa.
—Eso está hecho, amigo mío.
—Bien, pues estoy listo —dijo Kurtis. Unas lágrimas perlaron sus ojos, pero ni una gota se arrastró por sus mejillas—. Si no salgo de esta, descansaré como mi madre, mi padre y mi hermana. No es una mala recompensa a cambio de ser un mártir, por lo menos se puede morir en paz. Krasnodario jugó bien sus cartas, ¿verdad? Al fin y al cabo, lo que buscan todos los políticos es el silencio en masa... Así no tienen voces que puedan rebatirles.
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Insomnio: Primeros Confederados | SC #1
Science Fiction¿Te atreves a cerrar los ojos? Si duermes, mueres. - Primera parte de la Saga Confederados. - La Tierra. Año 3510 d.C. El planeta llega a un nivel de contaminación elevado, y para prevenir una catástrofe causada por la polución, la humanidad inventa...