Capítulo 9: Un rehén y un cadáver

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Veintiséis horas de vigilia

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Veintiséis horas de vigilia.

—Vera, no... puedo dejarte morir aquí —completó Enzo.

La bala atravesó el aire, y se quedó incrustada en el cerrojo del búnker. Era una bala que tenía el asesinato de Vera como objetivo, pero lo único que mató fue su cautiverio.

Enzo abrió la puerta, y agarró a Vera de la mano para forzarla a seguir sus pasos. La zona del búnker estaba vacía. Los hombres de Krasnodario, e incluso él mismo, confiaban tanto en las lógicas de Villalobos que no era necesario implantar seguridad alguna en los alrededores. Pero a Enzo le traicionó su sentido de la justicia, y no pensó en otra cosa a excepción de mantener a la ex presidenta con vida.

—¡Enzo! ¡Basta! ¡Para un segundo! ¿A dónde vas?

—Te he dicho que voy a sacarte de aquí —insistió.

Vera frunció los labios con molestia.

—No sabes ni siquiera cómo podemos escapar de aquí. Apuesto a que no conoces cómo llegar desde el búnker hasta el hangar —recriminó Vera—. Deberías seguirme tú a mí. Yo conozco cada centímetro cuadrado de la Bona Wutsa.

Enzo ni siquiera tuvo tiempo de objetar la decisión de Vera, porque ella estaba caminando por el pasillo acorazado a un paso que daba taquicardia. Siguió la silueta de la africana, vestida con un holgado atuendo del color del cobre que conjuntaba con su tersa piel oscura. Se fijó en el movimiento de sus pendientes conforme daba cada zancada, y cómo las dos joyas metálicas de forma redonda se movían como un péndulo hasta dejarle casi hipnotizado.

—Es importante avisar a mi jefa de gabinete para que venga con nosotros ahora mismo —informó Vera, e interrumpió los pensamientos del biotecnólogo.

Enzo Villalobos puso los ojos en blanco.

—¿Es que a ella también la habéis matado?

—No —respondió él, algo inquieto—, no había orden de asesinar a Ima Boscor. El problema está en cómo vamos a encontrarla con el descontrol que hay formado fuera de aquí. A estas alturas, imagino que estará recluida con el equipo de seguridad de Dacio.

—Imaginar no sirve de nada cuando necesitamos realidades —contradijo Vera—. Llama a alguno de esos seguratas y diles que envíen a Ima al Zurloo Iganda.

—¿Zurloo Iganda? ¿Vamos a usar tu jet privado para salir de aquí? —preguntó Enzo con la cara torcida.

—¿Y qué esperas? ¿No se supone que habéis tomado el control de toda la Bona Wutsa? También podéis usar mi jet, supongo. No tendría mucho sentido organizar un golpe de estado sin llevarse recompensas a cambio.

—La recompensa era tu muerte, Vera.

La ex presidenta pulsó el botón del ascensor que les conduciría al hangar, y observó a Enzo con una mirada fulminante. Las puertas de metal no tardaron en abrirse. Ambos se introdujeron dentro del habitáculo de acero mientras subía varios pisos. Ahí dentro, la tensión era tan fuerte que podía respirarse. Sobre todo, la ansiedad de Enzo, incluso su piel se humedeció por los nervios. El temperamento de Vera era capaz de acongojar a cualquiera, incluso al que podría haber sido su asesino.

Insomnio: Primeros Confederados | SC #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora