Capítulo 20: Una persona real

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Setenta horas de vigilia

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Setenta horas de vigilia.

Vera fue hasta el despacho de Epicuro en solitario. Vio que uno de los pasillos que llevaban hasta esa habitación estaba más descuidado que el resto del centro de operaciones. Comprobó que una de las paredes de hormigón tenía propaganda vieja. Un cartel publicitario de su campaña para la presidencia mundial estaba pegado en la superficie áspera y gris. Somout recordó el sabor de aquella gloria, de ese recuerdo que segundos más tarde se volvió ácido en su boca, porque era solo eso: un recuerdo. Y nada más.

Cuando algo se convertía en un recuerdo también podía transformarse en algo inalcanzable.

Sintió que su poder se había escapado de sus manos. Percibió que había desaparecido en su planeta roto, hasta que una persona que no lo merecía lo encontró. Era alguien que no se parecía en absoluto a la mujer de ese folleto. Antes, le habría parecido ver su propio reflejo en ese papel, pero entonces solo divisó una sombra. El olvido.

—Qué desperdicio haber gastado todo ese papel que tanto escasea en esas fotografías que nos hacen parecer dioses. —Vera pensó en voz alta.

En realidad no hablaba sola, o eso sentía ella. Su público no era una masa de gente que aplaudía y gritaba su nombre. Su audiencia se redujo a su presencia del pasado, el mismo pasado que tanto defendía y en ese momento lamentaba.

Vera arrugó la nariz. Clavó las uñas en el papel hasta arrancar los trozos que coincidían con sus dedos. Un instinto animal la consumió. Sus manos se transformaron en zarpas. Arrancó todos los folletos de la pared. Los papeles terminaron en el suelo de metal. Pensó en verlos arder. Quería incluso consumir las cenizas que quedaran.

Después, gritó.

Creyó que ese alarido encendería una mecha suficiente en su corazón para que algunas llamas se dispersaran y quemaran los pequeños trocitos de árboles muertos en vano.

Pero ese arrebato solo sirvió para alertar a Epicuro, que estaba en la habitación contigua. Él corrió hasta salir de su despacho, pero al observar a Vera en mitad del pasillo gritando no se atrevió ni a acercarse. Solo se limitó a llamar a uno de sus subordinados para susurrarle al oído que destruyera todos esos carteles y vigilara por si había alguno más desperdigado.

—Lo único que nos falta es que Vera se vuelva loca —mencionó Epicuro a su acompañante—. Asegúrate de que no quede nada. Quema los papeles, rómpelos en pedazos y destrúyelos. No me importa lo que hagas con ellos. Lo que quiero es que desaparezcan. Ahora no nos van a multar por saltarnos las normas de reciclaje y consumo ecológico.

El hombre asintió con insistencia en respuesta, pero Epicuro recapacitó.

—Acércate más tarde a... recoger todo este estropicio, ¿de acuerdo? —ordenó.

El subordinado se marchó sin rechistar, y dedicó a Epicuro unas cuantas miradas de soslayo mientras abandonaba la zona. Tenía que ver para creer, y eso hizo. Observó a ese jefe que todo trabajador tachaba como un niño rico, estirado y estricto, pero que solo entonces sacó el lado compasivo que nunca había dejado ver.

Insomnio: Primeros Confederados | SC #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora