Capítulo 8: Una bala de libertad

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Veintitrés horas de vigilia

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Veintitrés horas de vigilia.

Vera se movía de un lado a otro, impaciente, dentro del búnker de la Bona Wutsa. El director de fuselajes Villalobos, Enzo, era su único acompañante. Ambos compartían la misma desesperación mientras estaban encerrados entre aquellas tristes cuatro paredes de hormigón y acero. La habitación solo tenía un sofá y una pequeña despensa repleta de víveres suficientes para pasar unas horas.

Allí dentro no tenían contacto con el mundo exterior, y en el fondo, se sentían en paz de una extraña forma, como si aquel cubo grisáceo les mantuviera en otra realidad, en otro universo paralelo al suyo durante esos amargos momentos, donde todas las opciones posibles se resumían a vivir o... dormir. Sin embargo, los problemas seguían ahí fuera, y eran capaces de oírlos por un único artefacto que podía tener cobertura desde ahí, a pesar de encontrarse en el lugar más seguro del planeta, tan escondido y reforzado que en su interior se podría sobrevivir incluso a un ataque nuclear.

El molesto pitido del armatoste que buscaba señal y transmitía las últimas noticias por radio, molestó tanto a Enzo que terminó apagándolo. Vera no paraba de dar vueltas dentro de los escasos diez metros cuadrados, y el biotecnólogo la agarró del brazo para obligarla a sentarse a su lado.

—Guarde fuerzas, señora presidenta. Siéntese —sugirió—, y beba un poco.

Enzo le dio un vaso lleno de refresco, y ella bebió un largo sorbo de forma torpe.

—Ya te he dicho que puedes tutearme —insistió Vera.

Enzo jugueteó con el escaso trozo de barba que tenía en el mentón, algo incómodo.

—Bueno, Vera, mis padres me enseñaron que tenía que tratar de usted a las personas importantes, y también a los desconocidos. —Lanzó una indirecta porque tenía bastante interés en conocerla, o eso dictaba la expresión de su cara—. Así que... es un mero formalismo, nada más.

—Tus padres hicieron bien —contestó ella—. Ahora recuerdo que teníamos esa charla pendiente.

—Cierto. Eso fue cuando nos conocimos, si no recuerdo mal. Me dijiste que mi apellido te resultaba familiar, y que querías conocer algo más sobre la historia de mi familia... ¿me equivoco?

Enzo frunció el ceño, y Vera le dedicó una sonora carcajada tras ver su semblante, con un gesto formado por la duda y dos enormes ojeras de tono malva.

—Vaya, tienes muy buena memoria —murmuró Vera.

—No exactamente... —Enzo negó con la cabeza, y su pequeña coleta morena se paseó tras su cuello—. Como te dije antes, al igual que trato de usted a la gente importante, también me preocupo en recordar los detalles... importantes.

—¿Eso también te lo enseñaron tus padres?

—No. —Enzo esbozó una sonrisa.

—Pues menos mal. Creí que recordabas lo que te digo como un mero formalismo, al igual que me tratabas de usted. —Vera le recordó lo que dijo, y le devolvió la sonrisa.

Insomnio: Primeros Confederados | SC #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora