Capítulo 3

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 CAPITULO 3

De alguna manera, nos la arreglamos para en tres segundos, estar frente a la computadora escribiendo cosas sin sentido. ODE%/#EY39EDJF jamás fue una palabra, creo.

—Y así fue como Salvador Dalí se convirtió en el genio de la pintura que hoy conocemos...— le dicto nerviosa a Nico, viendo a su mamá entrar por la puerta con una sonrisa. — Buenas noches— le digo algo tímida y sobre todo, casual.

Tan casual que ni se imagina lo que estaba haciendo con su hijo. Lo más seguro es que no sospeche nada, porque ella me sonríe de oreja a oreja. Tan linda.

Mamá— comienza Nico súper alterado, su nerviosismo nos delatará si no se controla. — Ella es mi compañera de clases, Cecilia Guindi.

En ese momento extiendo mi mano, probablemente con olor a sexo. ¡Asco!

—Un gusto conocerla—me recibe la mano contenta.

Apretamos las manos y ella se acerca para saludarme con un beso en mi caliente mejilla.

—Para mí también, Cecilia. Nicolás me ha hablado mucho de ti.

Wow, ¿en serio?

—Si, en serio—contesta ella. Creo que pensé en voz alta. —Nico me contó que ambos son fanáticos de los Simpson, ¿cierto?

—Ciertísimo.

 Ya sabía que los conocimientos innecesarios sobre alguna serie de televisión me harían sobresalir algún día.

—Traje de cenar, así que si quieren comer los espero en la cocin...— interrumpe su frase.

Sin esperarlo, la señora pasa los ojos hacía la cómoda de Nicolás y tanto él como yo, hacemos lo mismo. De algún lugar extraño (Y gracias a mis alucinaciones por meterme crayones en la nariz de pequeña) comienzo a escuchar la canción de la película Tiburón. Algo malo va a pasar o mejor dicho, pasa. La canción no miente nunca. Escandalosamente mis calzoncillos aún están en el reloj y milagrosamente la señora no logra descifrar qué son. Incluso ladea la cabeza para poder distinguirlos bien.

Es un momento digno de trágame tierra. Juro que si sobrevivo, lo mando a una revista de aventuras adolescentes.

—Perdón, les decía que los espero en la cocina, muchachos— cambia de tema.

Ella nos suelta una sonrisa amable como si nada hubiera pasado. Me doy cuenta de que Nicolás es muy parecido a ella, tienen los mismos ojos tristones y sin esperanza, como la de los perros en la perrera a punto de ser sacrificados. Suspiro aliviada en este punto porque no hizo un bullicio como tal vez lo habría hecho mi mamá.

—Me encantaría quedarme a cenar señora, pero debo irme. Ya es muy tarde y mi mamá llamará a la policía si no llegó en un rato. Lo hizo una vez y casi nos arrestan por uso indebido de los servicios policiales.

Todos en la habitación reímos. La verdad es que soy buenísima rompiendo el hielo. Le lanzo una mirada de complicidad a Nicolás que reacciona a la par que yo.

—Préstame tus llaves Má, la llevo a su casa— le pide.

—De nuevo, fue un gusto conocerla señora, muchas gracias por la cena que no probaré. ¡Nos vemos!

Al dar la vuelta después de despedirme de ella, pienso en mi mente: “Gracias también por mezclar los genes con los de su marido. Nicolás es una obra maestra que besa como los dioses”

Me siento una princesa, o bueno, al menos siento que Nico me da mi lugar, por decirlo de alguna manera. Su mamá le da las llaves con un dejo de orgullo. Mi hijo es todo un caballero y todas esas cosas que esperan decir las madres de varones.

Yo, Cecilia...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora