Capítulo 3 (parte 1).

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Ciro se llevó las manos a la cabeza, tratando de aclarar las ideas. No estaba muy seguro de si todo lo que acababa de ocurrir había sido real o no.

Deseaba que no fuera real. No podía ser real.

Recordó el día en que se encontró a Mara tendida en el suelo terrestre, inconsciente. Lo primero que le llamó la atención fue el color azul cobalto de su pelo, pero por raro que le pudiese parecer debía ser su color de pelo natural. Los tintes habían sido prohibidos tiempo atrás por estar catalogados como potencialmente dañinos para el medio ambiente. Más adelante comprobó que no era la única con este rasgo tan característico. En el Cubo pudo ver a personas que, como ella, poseían colores que iban desde el verde pálido hasta el naranja más chillón.

Si bien era cierto que su pelo le resultaba curioso y que era un tema de conversación puntual entre algunos grupos de exploradores, lo que sin duda más le sorprendía eran sus ojos. Eran grandes, felinos como los de su madre y de un color parecido al oro líquido, protegidos por unas pestañas largas y densas. Era bastante fácil quedarse hipnotizado con ellos, y Ciro se había sorprendido a sí mismo varias veces mirándolos desde lejos, al igual que muchos otros integrantes de la comunidad.

Y ahora ella había sido capturada por los soldados y debían matarla, suponiendo que no hubiese muerto ya. El chico notó cómo la bilis le subía por el esófago de la rabia que sentía. ¿Y por qué le tocaba justo a su pelotón llevar a cabo aquella tarea, cuando había cientos de pelotones entre los que elegir?

Una mano se apoyó bruscamente sobre su hombro y tiró de él hacia atrás. Irritado, se dio la vuelta para encarar a su agresor, pero se reprimió al ver a Valia Alaine delante de él.

—¿Qué ha ocurrido? —quiso saber, manteniendo el agarre firme sobre el hombro del chico y mirándole sin apenas pestañear. Ciro frunció el ceño como única respuesta, y pasados unos segundos se vio obligado a desviar la mirada—. ¿Os ha ordenado que la matéis?

—Sí.

Valia relajó su mano y la dejó caer. Sólo entonces el explorador volvió a dirigir los ojos hacia la mujer, temeroso de encontrarse con una señora Alaine destrozada por el dolor. No era una persona demasiado empática y resultaba ser un desastre a la hora de consolar.

—¿Y lo vais a hacer?

Aquella pregunta dejó a Ciro sin palabras. Estaba seguro de que ninguno de los miembros de los dos pelotones deseaba hacerlo, pero las órdenes eran órdenes y él sabía de sobra cómo actuaba Trax ante ellas.

—No tenemos otra opción, creo —contestó incómodo—. Los capitanes de los grupos de exploradores tienden a respetar las normas y las órdenes que vienen de la sección de mando —continuó, excusándose. Los ojos de Valia le escrutaban de manera continua, haciendo que perdiese el hilo de la conversación. Le recordaban de una manera muy dolorosa a Mara, y supo que si seguía siendo interrogado verbal y silenciosamente de aquella manera, acabaría cometiendo una infracción y desacatando las órdenes de Tera—. Lo siento, pero debo irme a preparar mis cosas —logró musitar entre dientes.

Ciro se alejó de la sección de mando a paso ligero y sin mirar hacia atrás. Sabía que Valia Alaine le seguía observando porque notaba sus ojos dorados clavados en su espalda. Una vez estuvo fuera de su alcance de visión, se dio varios golpes en la sien con la palma de la mano, furioso.

«Ciro, eres un gilipollas».

Odiaba encontrarse entre la espada y la pared. Desde el día que entró en el Cubo, los momentos que había tenido para decidir por sí mismo los podía contar con los dedos de una mano. Todo lo que hacía era cumplir órdenes de Trax, que a su vez cumplía órdenes de Tera. Durante dos años se había sometido al sistema impuesto en la comunidad, y había aguantado, pensando que aquella era la única manera de poder vivir algún día de nuevo en la Tierra.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora