Capítulo 11.

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—Ante todo, quiero que me prometáis que no vais a tratar de hacer alguna gilipollez de la que os podáis arrepentir más adelante. Os he enseñado mi casa, así que espero un poco de confianza por vuestra parte. —Evey hablaba mientras dejaba el casco sobre la mesa, justo al lado del arma.

—Comprenderás que es complicado; has estado apuntándonos y amenazándonos desde el principio —objetó Ikino con los brazos cruzados.

—Cierra el pico. No creo que tú seas la más indicada para sermonearme. —La aludida frunció el ceño, molesta—. No es que tuviese especial interés en haceros pasar un mal rato, pero tampoco teníamos tiempo para tomarnos un café allí en medio y necesitaba que vinieseis conmigo. En estos casos, la fuerza y el miedo son dos ingredientes que suelen dar buenos resultados.

—Vete a la mierda. A efectos prácticos has matado a Sylvan, ¿y ahora quieres que confiemos en ti? —replicó Aera, cada vez más furiosa—. ¿Quién cojones eres?

Evey dio tres zancadas hasta coger a la exploradora de la solapa de su uniforme con ambas manos, dejando apenas diez centímetros de distancia entre sus respectivos rostros.

—Mira rubia, si te vuelvo a oír lloriqueando el nombre de tu amigo, te juro que lo entrego a los soldados de Sílica, y a ti con él, en pack de dos por uno. Entonces sí que tendrás motivos para desconfiar de mí.

—No sé quiénes son los soldados de Sílica —farfulló Aera, evasiva.

La mujer de pelo rizado chasqueó la lengua en señal de desaprobación.

—¿Pero vosotros sabéis algo? No me extraña que sólo tengáis bajas y más bajas en campo abierto. Aún no entiendo cómo habéis podido sobrevivir dos años. —Se separó de Aera con un gesto violento y comenzó a dar vueltas por la sala, como si se tratase de una mosca atrapada en un espacio cerrado—. Tenemos varios frentes abiertos y todos ellos son urgentes, así que esto es lo que vamos a hacer: reanimaré a vuestro explorador mientras vosotros os quitáis todo el equipo que lleváis y tratáis de haceros hueco aquí dentro. Después, hablaremos largo y tendido. Tenemos varias cosas que aclarar. Vosotros dos —prosiguió, señalando a Ciro y a Varik—, coged a vuestro compañero y llevadlo a la mesa de allí.

Sin esperar más órdenes, ambos exploradores se acercaron a Sylvan para a continuación trasladarlo hasta la mesa más grande que había en la estancia. Las piernas del hombre colgaban por uno de los extremos de la lisa superficie, flácidas y pesadas.

—¿No sería mejor ponerlo sobre la cama? —inquirió Iri—. Apenas entra bien en la mesa.

—Y una mierda. La cama es mía y sólo la uso yo. ¿O es que tu dejarías dormir en tu cama a cualquiera?

Sin dignarse a mirar a la exploradora a los ojos, Evey se acercó a una de las estanterías para coger un objeto que reposaba sobre ella. A primera vista Ciro no supo identificar el artefacto, pero una vez su anfitriona se acercó a Sylvan e hizo uso de él, comprendió que se trataba de un medidor de pulso instantáneo, muy similar al que empleaban ellos en el Cubo, dentro de la sección de medicina. Un gesto reprobatorio en el semblante de la mujer hizo que Aera se acercase corriendo para ver qué ocurría, aunque se cuidó mucho de no decir una palabra.

—Mierda, esto va a ser más complicado de lo que creía. —Evey se dio la vuelta para que todos los allí presentes escuchasen lo que tenía que decir—. Vuestro explorador ha permanecido en catalepsia más tiempo del que tenía previsto, así que es posible que no vuelva en sí. Tiene las constantes vitales más planas que la delantera de una cría de cinco años. —Antes de que nadie pudiese decir algo, la mujer levantó el dedo índice de su mano izquierda, a modo de aclaración—. En primer lugar, no entraba en mis planes disparar a nadie, pero aún no era consciente de lo lerdos que podíais llegar a ser los exploradores. Para colmo, hemos perdido demasiado tiempo con amenazas y discusiones; hubiese sido todo más fácil si hubieseis llegado al punto rojo y hubieseis seguido las órdenes sin rechistar. —Poniendo los brazos en jarras, analizó el cuerpo de Sylvan de arriba abajo—. No será suficiente con el desfibrilador, voy a tener que usar zeptorobots.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora