Capítulo 20.

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El subconsciente de Ciro había hecho un excelente trabajo tras haber fagocitado por completo aquellos sucesos que le habían amargado su existencia en la Tierra. Era como si su cerebro se hubiese reseteado y hubiese instalado una copia de seguridad limpia de su vida, a partir de la cual había seleccionado sólo los programas que le hacían verdaderamente falta, como era su vida y su trabajo dentro del Cubo, su pelotón de exploración, Mara.

Todo había funcionado relativamente bien salvo contadas ocasiones, pero tras la muerte de Aera todo había cambiado. Su asesinato había desencadenado una serie reacciones que le habían hecho rememorar varias escenas de su antigua vida, escenas que ya creía olvidadas por completo: una habitación de iluminación mediocre con su asqueroso olor a muerte adherido a las cortinas y a las sábanas, a la escasa ropa de los armarios, a las paredes medio desconchadas y al parqué descolorido y mugriento...

—Ciro...

...Una voz moribunda llamándole una u otra vez, un tropiezo con una irregularidad en el suelo al acercarse a la cama, una mano de pulso febril buscando la suya...

—¡Ciro!

El joven pegó un respingo al sentir una mano real sacudiéndole el hombro derecho. Asustado, giró la cabeza para encontrarse con los expresivos ojos de Iri mirándole con seriedad.

—Joder, no vuelvas a hacer eso —protestó el explorador, aún recuperándose del susto.

—Estabas tan ausente que por un momento temí que te fueses volando por la achicharradora atmósfera de este planeta —se defendió ella—. ¿En qué pensabas? —preguntó mientras se dejaba caer por la pared hasta quedarse sentada sobre el duro suelo del pasillo.

Ciro dudó en si contarle la verdad a su compañera de pelotón o simplemente restarle importancia al asunto.

—¿Tú qué crees? —preguntó a modo de respuesta mientras se frotaba los ojos tratando de despejarse un poco—. Es la primera vez que nos encontramos tan cerca de Mara, y aún así siento que las posibilidades de encontrarla se han reducido a la nada.

Iri le miró con cara de circunstancias. Conocía a su compañera de pelotón y sabía de sobra que aquel gesto sólo traía consigo malas noticias.

—De hecho, se han reducido bastante las probabilidades de que sobrevivamos ahí fuera —repuso—. Trax y Ziaya han decidido prescindir de los servicios de Evey e Ikino, al menos de manera presencial. Ambos coinciden en que no pueden confiar en ninguna de las dos a campo abierto, aunque ellas se han ofrecido a colaborar desde aquí.

—Por mí como si se quieren matar entre ellas —sentenció con rabia—. No las quiero ver nunca más.

—Ya, yo pienso lo mismo que tú. No me fio de ellas, aunque bueno, en realidad no me fio de nadie que no sea de mi pelotón— terminó murmurando entre dientes.

Aquella última frase consiguió arrancar una leve sonrisa de la boca de Ciro. Sin saber muy bien por qué lo hacía, alzó su brazo derecho para pasarlo tras la espalda de su amiga, la cual no dudó en acomodarse sobre su hombro a la par que cerraba los ojos.

—Supongo que lo que tenga que pasar, pasará —contestó pausadamente—. Tampoco creo que tengamos mucho futuro aquí sin alguien que nos guíe.

Iri alzó repentinamente su cabeza para contemplar el rostro del explorador con el ceño fruncido. Sus oscuros ojos le miraban interrogativos, tratando de comprender el significado de aquella frase lapidaria que acababa de dejar caer como si nada.

—No te irás a venir abajo ahora, ¿verdad? —inquirió la chica.

Ciro se miró la punta de las botas sin saber qué contestar. Se encontraba en un estado que, a pesar de resultarle ya conocido, no sabía cómo interpretar. Se sentía mareado, como si todo lo que le rodease fuese irreal. Tampoco tenía especial interés en levantarse del suelo, aunque sabía que tenía un buen motivo para hacerlo. Pero, por alguna razón, ya no le parecía tan importante.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora