Capítulo 32.

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El tiempo apremiaba pero sus piernas no podían ir más deprisa. Sabía que con cada segundo que pasase en aquellas instalaciones, menos probabilidades tendría de salir de ahí con vida.

Y sabía que Bóriva iba tras ella.

Era la segunda vez que Evey entraba a la acción sin tener un plan definido, y en ambas ocasiones la improvisación y los instintos de supervivencia suponían la diferencia entre vivir o morir. Tenía plena confianza en sus habilidades, pero no debía olvidar que se encontraba en la boca del lobo y siempre había sentido especial interés por ella.

Para empeorar aún más la situación, un molesto presentimiento se había asentado en su cabeza en cuanto hubo dejado a Mara a cargo de la informante. Si había algo que Evey detestaba era delegar tareas que consideraba suyas por obligación y por devoción, y el haber tenido que dejar a Ikino al mando había supuesto una decisión muy difícil de tomar.

Pero mal que le pesase, así tenía que ser. Bajo ningún concepto podía ignorar la amenaza que se urdía en aquellos laboratorios; por mucho que Navier Stirling hubiese insistido en que el asunto se trataría más adelante, aquello no podía esperar. Los desfases temporales existentes entre distintos universos podían suponer el fin de una civilización antes de que el comité del F.M.A llegase a un consenso.

El desobedecer a Stirling y en consecuencia al F.M.A suponía un problema adicional. Había pasado por alto la orden expresa de eliminar a Mara, aunque mataría al tal Howand si se diese la ocasión; había usado de escudo a dos soldados de la organización contra los disparos de los silícolas y pensaba adentrarse en las entrañas de las instalaciones para, como mínimo, conseguir algo de información acerca de la bomba de agujero negro de la que había hablado Ikino. Tenía muy claro que su regreso al F.M.A sería casi imposible, al menos de momento, pero podría permanecer unos días en su refugio de Esmira y mudarse a alguna otra parte antes de que fuesen a buscarla. Confiaba en poder conseguir algo útil de aquella misión suicida para que obviasen sus negligencias y aceptasen su readmisión. Al fin y al cabo, ella era la que les había proporcionado la mayor parte de la información tecnológica de Sílica.

La iluminación inteligente del pasillo comenzaba a marearla. Su casco poseía visión nocturna, pero el hecho de que las luces se encendiesen a su paso y luego se volviesen a apagar la hacían perder el equilibrio. Era como si estuviese metida en un cable infinito y ella fuese un pulso eléctrico viajando a través de él. Llevaba corriendo más de tres minutos y nada parecía indicar que el pasillo fuese a acabarse; la puerta circular que Ikino había descrito no había aparecido por ninguna parte.

Apretó la mandíbula con fuerza, obligándose a desterrar todos los sentimientos de duda y preocupación. Necesitaba estar segura de sí misma; necesitaba evaluar de manera objetiva la situación. Se había visto obligada a cortar la comunicación para evitar preguntas de Ciro o de Valia. No quería que Stirling los metiese en el mismo saco que a ella y para eso lo mejor era mantenerlos al margen de sus decisiones. Estaba completamente sola y tendría que usar las herramientas que disponía. No era la primera vez, sabía hacerlo.

Trató de pensar en qué haría una vez se encontrase la puerta. Necesitaba trazar un plan principal y varios alternativos por si el primero no salía bien, algo muy probable dadas las circunstancias. Primero debería saltarse la seguridad de la entrada. Tal vez tuviese suerte y los sistemas biométricos estuviesen desactivados, al igual que había ocurrido con la celda de Mara y gran parte de los accesos de la zona Norte. Si no, trataría de usar el descodificador o los modificadores de voz y retina, aunque si aquella puerta daba acceso al laboratorio principal, aquellos aparatos no servirían para absolutamente nada.

Si conseguía entrar, tendría que localizar un ordenador o algo que le diese acceso a la información que los silícolas guardaban en las instalaciones. Incluso tal vez fuese necesario retomar las comunicaciones con Valia para que la ayudase a acceder a los archivos, pero no contaba con que la mujer siguiese en suelo silícola.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora