Capítulo 35.

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Tera contaba con demasiados frentes abiertos y sentía que ninguno de ellos se solucionaría pronto. Desde la huida de Valia, varias revueltas habían tenido lugar dentro del Cubo, y la sección de exploradores se había visto obligada a reducir y encarcelar a todos los implicados. No es que se sintiese especialmente orgullosa de ello, pero la supervivencia de la raza humana exigía una comunidad estable, y dejar que ésta se disgregase suponía un suicidio. Necesitaban luchar contra un mal común; debían comprender que dentro del Cubo no había enemigo alguno. El enemigo estaba mas allá del umbral de las puertas dimensionales: los soldados asesinos eran su único objetivo.

Se masajeó las sienes por enésima vez consecutiva. Era un gesto casi inconsciente que repetía una y otra vez cuando se sentía nerviosa o tensa. Había aprendido a ocultarlo cuando estaba delante de más personas porque estaba convencida de que denotaba inseguridad, pero cuando se encontraba sola y no tenía que mantener las apariencias, era un acto que no reprimía.

Sobre su escritorio sólo reposaba encendido el ordenador que llevaba a todas partes; eso y el informe de Valia Alaine que le había proporcionado el actual director de la sección de medicina.

Se había leído el documento de la informática varias veces para tratar de encontrar algo que tal vez le revelase su paradero y el de su hija, pero no había encontrado nada en él. Nada que supiese cómo interpretar, al menos. Tal vez hubiesen huido a su planeta, aunque esa era una hipótesis sin sentido. ¿Por qué se habrían quedado en el Cubo pudiendo haber abandonado en cualquier momento? No, algo se le escapaba.

Por otro lado, los análisis genéticos se estaban llevando a cabo con toda la rapidez posible, pero aún no había recibido noticias que apuntasen a la existencia de más individuos como Valia, y Tera no lo entendía. Si bien al principio había estado convencida de haber descubierto algo que les ayudaría a salir de aquella prisión en la que vivían, lo cierto era que, si no conseguían identificar a más individuos como Valia y Mara, todas las posibles esperanzas caerían en saco roto. Las Alaine no regresarían jamás al Cubo, y la humanidad habría perdido la última llave que les permitiría empezar de nuevo en otro lugar.

Finalmente estaba el problema de los pelotones EX:A-2, EX:B-18 y Frederick Howand. Éste último había salido a la superficie terrestre hacía días, su pulsera seguía dando señal y había mandado un mensaje de que había llegado a Tierra correctamente. Tera no esperaba que el hombre encontrase a las fugadas, pero sí esperaba mantenerlo ocupado fuera del Cubo y con suerte algún soldado acabaría con él.

Y sin embargo, Howand había vuelto para amargarle su existencia una vez más.

Apenas unos minutos atrás había recibido un mensaje de Khala a través de su intercomunicador. Su asistente le había informado de la llegada de Howand en muy malas condiciones, pero aseguraba haber cumplido su objetivo: había matado a las Alaine. Si mentía o no, nunca lo sabría. La pulsera de la mujer había dejado de funcionar antes de que se provocase el incidente en la sala de los exploradores.

Tera había pedido que llevasen al explorador a su despacho para que le contase todos los detalles, pero éste parecía no poder tenerse en pie y permanecía ingresado en la sección de medicina. El muy necio habría tocado algo en el suelo terrestre y se habría contaminado. Con un poco de suerte moriría antes de volver a dar guerra.

Con un suspiro cerró la pantalla del portátil y se levantó de su asiento, para a continuación bordear la mesa y salir del despacho. Antes de dirigirse hacia la sección de medicina, Tera se giró para comprobar que su puerta había quedado cerrada y que el sistema pedía presentar la pulsera identificadora para poder acceder a la estancia. Sabía que eran manías de vieja, pero años de experiencia le habían hecho adquirir ciertos hábitos que no pensaba abandonar.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora