Capítulo 10.

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Mara

El mundo se estremece a mi alrededor. El ruido incesante de las bombas impactando el suelo me destroza los tímpanos. Tengo la sensación de estar siendo llevada en brazos por alguien, aunque mi posición me impide ver de quién se trata.

Me sorprendo cuando escucho salir de mis pulmones un llanto fuerte y agudo de bebé. Ante mis ojos se mueven dos manitas, tratando de llamar la atención a la persona que me sostiene. Consigo mi objetivo, y una cara familiar se gira para mirarme. Es mi madre, infinitamente más joven que ahora. Me mira con sus ojos dorados y me acaricia la cabeza, tratando de calmarme. Dice algo que no logro entender, aunque supongo que debe ser algo como "no te preocupes". Me aprieta fuerte contra su pecho, y yo parezco calmarme unos instantes.

Una bomba toca tierra a escasos metros de nosotras. Mi madre pierde el equilibrio y noto cómo salgo disparada de sus brazos para caer un metro más adelante. Por suerte, las mantas que me cubren parecen haber amortiguado el golpe, pero aun así noto dolor y mi llanto regresa multiplicado por dos. Esta vez no es mi madre la que me recoge, sino mi padre. Fijo mis ojos en los suyos, sin apenas pestañear, y él me devuelve una mirada llena de preocupación. Me levanta en vilo, y de un gesto rápido me quita la manta y me revisa por todas partes para cerciorarse de que estoy bien. Mi madre se acerca con lágrimas en los ojos y alza las manos para volver a sostenerme. Una vez en su regazo me envuelve de nuevo con las mantas, obstruyendo mi visión.

***

Abro los ojos poco a poco, aturdida. Un sudor frío recorre mi cuerpo entero, pero sigo atada a la camilla y no puedo rodearme el torso con los brazos para tratar de entrar en calor. El dolor de cabeza es insufrible y el foco de luz sobre mí no ayuda.

Tras unos segundos de semiinconsciencia, comienzo a recordar el sueño que he tenido hace unos minutos. Algo en él no cuadra, aunque no tengo muy claro el qué.

Una figura se acerca a mí y me libera de las correas que me mantienen sujeta.

—Levántate —me ordena.

Intento hacer lo que dice, pero mi cuerpo está demasiado entumecido para reaccionar de manera rápida. El soldado pierde la paciencia y me agarra del brazo, obligándome a que me incorpore de la camilla. Mis piernas fallan y caigo al suelo en una postura antinatural. Vale, algo no funciona. Tengo la sensación de estar anestesiada o algo parecido. Mi cerebro manda la orden a mi cuerpo, y éste tarda en responder demasiado.

—¿Qué me... habéis... hecho? —logro decir tras morderme la lengua varias veces, pero no recibo respuesta alguna. No sé si es que no me han oído o que no me quieren contestar; ni siquiera yo he conseguido escuchar mi propia voz.

Entre dos soldados me cogen en volandas, me vuelven a cubrir la cara con una bolsa de tela negra y me arrastran a través de lo que imagino son los pasillos que me llevarán de nuevo a mi celda. Al cabo de unos minutos comienzo a notar mis rodillas arder debido al roce de éstas contra el firme, a pesar de que el uniforme me las protege. Me da igual, no pienso quejarme.

Nos detenemos, así que deduzco que hemos llegado a mi habitáculo. De nuevo el estruendo que indica que la puerta se está abriendo inunda mis oídos. Me quitan la bolsa de la cabeza y, literalmente, me tiran al fondo de la celda.

—Esto no ha hecho más que empezar, Mara Alaine —dice a modo de despedida uno de los soldados. Joder, qué manía con decir mi nombre y apellido en cada frase.

Sin más, la puerta vuelve a cerrarse, dejándome sumida en el silencio. Quiero subirme a la cama, pero está demasiado alta para mí en estos momentos, así que decido hacerme un ovillo en el suelo.

Es el momento de comprobar en qué estado me encuentro. Con un enorme esfuerzo, mi mano derecha se desplaza hasta la sien que ha sido rapada. Con mis dedos trato de hacerme a la idea del alcance del desastre. Bueno, no es demasiado grave, puedo intentar taparlo con el pelo largo restante.

Estoy a punto de separar los dedos de mi cuero cabelludo, cuando mis yemas tocan algo extraño detrás de mi oreja. Confundida, trato de hacer un examen concienzudo de qué es lo que tengo implantado. Noto tres puntos alineados, minúsculos pero duros y con relieve. Me recuerda a la sensación que produce el leer braille. Sistemáticamente rasco la zona, tratando de deshacerme de esas protuberancias, pero me hago tanto daño que decido parar. ¿Qué coño será eso? ¿Sensores? ¿Electrodos? A mi tacto son demasiado pequeños como para serlo, pero no debo olvidar que estoy atrapada en un sitio en el que lo único que hay son soldados por todas partes, los cuales disponen de una tecnología muy superior a la que yo conozco.

Un rugido procedente de mis tripas capta mi atención. Tengo hambre, lo que significa que llevo horas retenida en este lugar, quizás días. Dirijo la mirada hacia mi muñeca derecha para recordar que ya no dispongo de la pulsera identificadora; los muy cerdos consiguieron quitármela en algún momento durante el viaje desde la puerta nº 23 hasta aquí. Y pensar que hace unas horas habría dado cualquier cosa por deshacerme de ella...

Cierro los ojos, derrotada. No quiero rendirme, pero es que no veo la salida a esta situación. Necesito mantener la mente ocupada con algo, lo que sea, como por ejemplo el sueño que he tenido unos minutos atrás.

Trato de visualizar alguna escena, pero curiosamente apenas recuerdo unos fragmentos. Cuando intento hacer memoria un dolor insufrible se expande desde la sien en la que tengo implantadas las protuberancias hasta el resto de mi cabeza. Al cabo de unos minutos me doy cuenta de que aquellos fragmentos que a duras penas mantenía retenidos en mis recuerdos ya no están.

Pero eso no es lo peor. No recuerdo cómo he sido devuelta a mi celda, ni por qué me encuentro así de desorientada y mareada.

Creo que me están borrando la memoria.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora