Capítulo 12.

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Valia Alaine necesitó un par de minutos largos para enfocar la mirada en un punto concreto de la habitación. Se encontraba mareada y tenía la sensación de estar flotando sobre la cama en la que se permanecía en reposo. Lo único que notaba era un ligero dolor en el antebrazo derecho, pero el resto del cuerpo apenas lo sentía como propio.

La operación para implantarle los electrodos que controlarían su estado psíquico durante los próximos dos años había transcurrido con normalidad. Ahora, lo único que debía procurar era mantenerse cuerda para que TESYS no tuviese que hacer uso de ellos, algo que prometía ser bastante difícil teniendo en cuenta que cargaba sobre sus hombros el terrible peso de la culpabilidad.

Habían pasado 48 horas desde la partida de los pelotones EX:A-2 y EX:B-18, lo que suponía una hora y 36 minutos en la Tierra. Valia ignoraba si los exploradores habían establecido comunicación con el Cubo, y a pesar de tener unas ganas inmensas de colarse en un ordenador para conseguir la información, su parte racional comprendía que atentar contra la ciberseguridad del Cubo otra vez no era la mejor de las ideas, sobre todo cuando la vida de su hija estaba en juego.

Profirió un suspiro y entornó los ojos para recordar la breve visita que días atrás había tenido por parte de aquel joven explorador, Ciro.

Sabía quién era; se había encargado de buscar su ficha en la base de datos años atrás, tras enterarse de que él había sido el responsable de salvar a Mara de una muerte segura entre los escombros de la Tierra. Su pasado era turbio y violento, pero Valia sabía que aquello no significaba nada dentro del Cubo, donde todo el mundo se había visto obligado a resetear su vida, para bien o para mal. Por ello, decidió no decirle nada a Mara, al igual que decidió no hacerla partícipe de otras muchas cuestiones de mayor envergadura. ¿Qué sentido tenía llenar su cabeza de preocupaciones, cuando sus vidas ya eran complicadas de por sí? No, Mara debía permanecer libre de escollos si quería sobrevivir dentro del campo de batalla en el que se había convertido la Tierra.

El explorador de semblante adusto y ojos perturbadores  había cometido el error de ir a su departamento para prometer que rescataría a Mara, y  aunque ella era consciente de que la sección de mando había monitorizado el desplazamiento del chico hasta su casa,  agradecía el gesto que había tenido con ella, y  sabía que cumpliría su palabra o en su defecto moriría en el intento. Había sido capaz de ver la determinación a través de su oscura mirada; una determinación férrea e inamovible. El por qué Ciro había hecho aquella promesa, Valia no tenía ni que preguntárselo dos veces. La respuesta era obvia.

Valia había presenciado cómo todo su mundo se desmoronaba mientras ella, pasmada, no podía hacer nada por impedirlo. En aquel momento de desesperación la mujer necesitaba escuchar algo que la mantuviese en órbita, y sabía que ese apoyo podía provenir de Ciro. Sin embargo, el chico había sido capaz de escapar del acorralamiento de una manera muy elegante:

"Me arriesgué la vida por salvar a Mara una vez. Sería una tontería dejarla morir ahora".

Valia no pudo evitar sonreír ante aquel recuerdo. Debía grabarse a fuego aquella frase para poder recurrir a ella cuando la cordura le comenzase a fallar en el interior de su celda.

Un enfermero entró en su habitación, evitando en todo momento el contacto visual. Valia supuso que había recibido órdenes explícitas desde la sección de mando para mantener el mínimo contacto posible con la paciente. En apenas un par de minutos, verificó que sus constantes permanecían estables, que la herida cicatrizaba con normalidad y que era capaz de contar hasta diez sin saltarse ningún número. Valia ni siquiera trató de establecer una conversación con el hombre; sabía que no recibiría contestación alguna. Resignada, volvió a cerrar los ojos y esperó a que alguien entrase de nuevo para conducirla hasta la que sería su habitáculo durante los próximos dos años.

Apenas había comenzado a quedarse dormida cuando la puerta de su habitación se abrió de nuevo. Ante ella apareció la directora de la sección de exploradores, Tera Windwood, acompañada de Umiko Hayashi, responsable de la sección de medicina y psicología. La primera se mantuvo a dos metros de la cama de la paciente, tamborileando los dedos contra la pantalla táctil que transportaba entre sus manos. Umiko se decantó por acercarse a Valia para así comprobar lo que minutos antes ya había comprobado el enfermero.

—¿Cómo se encuentra? —quiso saber Tera.

Valia no sabía si la pregunta iba dirigida a ella o a Umiko, pero la encargada en responder fue la mujer oriental.

—Está "bien", dentro de todo lo bien que puede estar alguien con electrodos en la cabeza —contestó la mujer, visiblemente incómoda.

—Perfecto, si hago un par de preguntas, ¿será capaz de responderme? —Umiko bufó en un claro gesto de desaprobación, el cual Tera decidió pasar por alto—. ¿Por qué saliste al exterior, Valia? ¿Qué era tan importante allí como para poner en peligro a tu hija y al resto de la humanidad?

A pesar de su aturdimiento, Valia notó cómo las lágrimas acudían a sus ojos. Parpadeó un par de veces para tratar de contenerlas; no quería que Tera viese cómo su integridad psíquica se iba al traste a cada segundo que pasaba, si bien era cierto que tampoco debía mostrarse indiferente. Sus incursiones al exterior tenían un motivo, y no estaba en sus planes contárselo a la directora de la sección de exploradores. Se mantuvo con la cabeza agachada y con la mirada fija en sus manos, dispuestas sobre su regazo.

—Tera, por favor, ¿no ves que no es momento para preguntar eso? ¿Es que quieres que pierda la cabeza antes de haber entrado en prisión? —reprochó Umiko a su compañera, interponiéndose entre ambas—. Acaba de salir de una operación; pensé que te referías a preguntas simples y superficiales, no a aspectos de esa índole.

—Su respuesta es importante —contraatacó la aludida.

—Me da igual. Ahora no.

Ante la negativa de Umiko, Tera no tuvo más remedio que aceptar la decisión de la jefa de la sección de medicina y salir por donde había entrado, no sin antes dirigir una mirada grave a Valia, la cual había levantado la cabeza de manera imperceptible.

Una vez la puerta se hubo cerrado, la mujer oriental observó a Valia por encima de las lunas de sus gafas. Era un gesto que la señora Alaine conocía muy bien tras haber ayudado en la sección de medicina a lo largo de los primeros meses de convivencia en el Cubo, donde tuvo oportunidad de conocer a la directora de sección.

—No sé que te traías entre manos allí fuera Valia, pero si era algo importante tal vez debas plantearte el comentárselo a otra persona. Estarás en prisión dos años, que es el mismo tiempo que hemos estado aquí encerrados, y eso es mucho tiempo —dijo sin apenas mover los labios. En vista de que la paciente no parecía reaccionar, Umiko se acercó a la camilla y se sentó en el borde de ésta, tratando de transmitir cercanía y seguridad—. Mira, estoy segura de que no saldrías allí fuera sin motivo alguno, y el hecho de que además tú seas una de las informáticas más destacadas de toda la comunidad me hace suponer que cuentas con información que el resto no tenemos.

Valia levantó la mirada, clavando sus dorados ojos en los de la japonesa.

—Os pensáis que TESYS maneja todos los hilos de este mundo, y lo que veis no es más que la punta del iceberg —repuso la señora Alaine en un tono cortante, y sin añadir nada más giró la cabeza hacia otro lado y cerró los ojos para dar por finalizada la conversación.






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Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora