Capítulo 30.

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Evey no pudo reprimir una arcada cuando, tras quitarse el casco, el hedor que flotaba en el interior de la celda llegó hasta su nariz. Olía a excrementos y a bilis, a cuarto cerrado; a miedo. Casi podía percibir el olor a muerte.

Haciendo de tripas corazón, avanzó hasta situarse a la altura de la joven que permanecía en el suelo con el cuerpo boca arriba. Evey sintió el pánico invadiéndola por segunda vez en menos de cuatro días. No era una sensación fácil de manejar para ella. Estaba acostumbrada a lidiar con su furia interna, con sus errores y sus devenires, pero el pánico traía consigo recuerdos que conseguían devorarla por dentro, dejándola indefensa y bloqueando su capacidad de reacción.

Afortunadamente en ese momento no se encontraba sola. El explorador del pelotón EX:A-2 aguardaba en el umbral de la celda, debatiéndose entre quedarse en su posición de vigilancia o acercarse al cuerpo de Mara para comprobar su estado. La presencia de Ciro consiguió encender la mecha que Evey necesitaba para actuar con rapidez.

—Mara —la llamó, acuclillándose para observarla más de cerca.

El aspecto de la chica era lamentable. A pesar de haber permanecido encerrada menos de una semana, Mara parecía llevar meses recluida. La mugre se mezclaba con las heridas y los moratones de su cuerpo desnudo, ocultando su bronceado natural. Su peculiar color de cabello parecía haber perdido intensidad; el antes azul eléctrico se había transformado en un índigo grisáceo que amenazaba con desprenderse del cuero cabelludo con sólo mirarlo; sus labios, hinchados y agrietados, apenas dejaban ver una minúscula abertura por la que podía apreciarse uno de sus incisivos. Y sus ojos... Sus ojos se mantenían ocultos tras el amasijo de carne inflada en el que se habían convertido sus párpados.

La joven giró la cabeza hacia donde se encontraba ella, haciéndola suspirar de alivio. Aún estaba viva y su capacidad auditiva parecía mantenerse intacta.

Mara hizo un amago de entornar los ojos, tratando de enfocar la mirada.

—¿...Evey? —balbuceó, claramente sorprendida. La aludida asintió, sonriendo de oreja a oreja. Sintió su pecho hincharse de felicidad; había echado mucho de menos a la pequeña Alaine —. ¿Eres Evey de verdad?

—Sí, tonta. Ya sabes que Evey sólo hay una.

Estaba segura de que la chica estaría muy confundida en esos instantes, pero no podían perder tiempo con explicaciones. Necesitaban salir de allí cuanto antes y las pésimas condiciones en las que se encontraba la hasta entonces prisionera harían el rescate muy complicado. Echó un vistazo rápido al cuerpo de la joven, descartando de inmediato la posibilidad de que ésta saliese de la celda por su propio pie. Además de las heridas físicas que presentaba, Bóriva le había implantado un extractor de memoria tras la oreja izquierda, tal y como había supuesto desde el principio. A pesar de que Mara parecía haber anulado su capacidad (la había reconocido casi al instante, hecho que indicaba que su memoria permanecía más o menos intacta), desconocía el alcance de su más que probable daño cerebral. La exposición a nuevos estímulos podría causar reacciones no previsibles que dificultarían su fuga. Debía cubrir sus ojos para evitar que lo que viese fuese transferido a Bóriva, aunque tal y como tenía los párpados tal vez no fuese necesario.

—Voy a pincharla una carga de zeptorobots —anunció en voz alta para que Ciro la escuchase mientras ayudaba a Mara a incorporar su torso del suelo. El explorador abandonó su posición de vigilancia y se aproximó hacia ellas—. Te lo advierto, samurái. Si no quieres que esta maravillosa escena pierda todo su encanto, no te quites el casco. El olor es vomitivo.

Mara desvió su atención hacia el explorador que mantenía su anonimato tras la escafandra. Movido por el instinto, el cuerpo de la joven se tensó al contemplar la vestimenta de Ciro, gesto que avivó la furia que ardía en el interior de Evey desde hacía años. Los soldados de Sílica eran como bestias salidas de cuentos de terror: provocaban el miedo visceral en cualquiera que los conociese porque su presencia siempre acarreaba destrucción. Eran mensajeros de la desgracia y el caos enfundados en trajes espaciales. Precisos, letales y sin remordimiento de conciencia. Eran repulsivos.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora