Capítulo 31.

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Ciro vio pasar el disparo de plasma por delante de sus narices. La luz viajó como una estrella fugaz, surcando el cielo hasta finalizar su trayectoria al impactar contra el cuerpo de un soldado que se encontraba a escasos metros de su posición, acechándolos. Ikino volvió a apretar el gatillo repetidas veces para asegurarse de que el silícola no iba a levantarse de nuevo.

El humanoide avanzó por el pasillo hasta alcanzar su posición. Mantenía la pistola alzada, apuntando al cuerpo inerte del soldado.

—Moveos, vienen más.

A pesar del aviso, Evey se mantuvo clavada en el suelo. La mujer había levantado la pistola de plasma y la dirigía a la cabeza de Ikino, desconfiada. Ciro en parte agradeció aquel gesto; desde que la naturaleza de la joven había sido descubierta, una sensación de intranquilidad se adueñaba de él siempre que la exploradora se encontraba presente.

—Evey... Baja el arma —murmuró Mara con la barbilla apoyada en el hombro de Ciro—. Es Ikino.

—Sé muy bien quién es, y por eso mismo la estoy apuntando.

La oriental desvió la atención del pasillo para echar un vistazo a su compañera de pelotón. Ignorando el arma de Evey, avanzó en dirección a Ciro hasta situarse frente al explorador que la contemplaba con desconcierto. Ikino suavizó el semblante en cuanto sus ojos se hubieron posado sobre los de Mara, dando lugar a una sonrisa adornada con unos pequeños hoyuelos sobre sus mejillas.   Éstos no tardaron en desaparecer en cuanto hubo comprobado el estado lamentable en el que se encontraba su compañera.

—Te he echado de menos, leona —contestó a la par que trataba de obviar el aspecto de Mara—. Sin ti el pelotón no es lo mismo.

Mara sonrió, cansada.

—No me puedo creer...

—¿Qué hayamos venido a por ti? —Ikino completó la frase—. Es una larga historia. Al igual que es una larga historia el que Evey me esté apuntado con la pistola, pero ya tendremos tiempo para hablar de ello. Ahora tenemos que salir de aquí antes de que el ejército de soldados que se aproxima por este pasillo nos alcance.

—Cuántos —quiso saber Evey. La mujer protegía con su cuerpo tanto a Ciro como a Mara mientras seguía apuntando con el arma en dirección a Ikino.

—Los suficientes como para acabar con nosotros sin problemas. Evey, en serio —agregó. Un suspiro de cansancio salió de su garganta cuando vio que la aludida no cedía—. No tenemos tiempo para esto y así sólo consigues confundir a Mara, que bastante tiene con lo suyo. Vamos a hacer las cosas bien, ¿de acuerdo? Con mi ayuda tendremos más probabilidades de salir de aquí con vida.

Los oídos de Ciro captaron el gruñido de frustración de Evey. La mujer terminó bajando el arma para a continuación hacerles un gesto con la cabeza, en dirección al soldado muerto.

—Cogeremos este traje para Mara —dijo. Una vez hubo alcanzado al silícola movió a éste con el pie para ponerlo boca arriba—. Está un poco dañado por el disparo, pero servirá. Así no tendremos que ir a buscar nada. El arma puede quedarse; es como la que llevamos nosotros.

—¿Y qué me dices de esto?

Ikino cogió del suelo un pequeño dispositivo de forma ovalada y se lo tendió a Evey.

—¿Qué carajos es eso? —quiso saber.

—No estoy segura.

—¿Cómo que no estás segura? ¿Se te ha roto el escáner ocular o qué?

—Mi escáner ocular funciona perfectamente —contraatacó la joven—, pero si mi base de datos no está actualizada, poco voy a poder analizar. Aún así, apostaría a que es una cúpula individual.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora