Capítulo VII: Entre Bestias

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Sora, de 1.63 metros, pertenecía a la familia Narita, y esa era la razón por la que estaba siendo perseguida. Shiina se acercó a ella, le puso una mano en el hombro y se presentó con una sonrisa cálida. Los demás hicieron lo mismo, creando un ambiente de confianza.

—¡Gracias, en serio! —dijo Sora con un evidente alivio en su voz—. Sé que es mucho de golpe, pero solo pensar en los gemelos Rosa Negra me da escalofríos.

Los Hermanos Rosa Negra eran criminales de rango [SS], temidos incluso por los cazadores más valientes. Sus nombres figuraban en la cima del libro de recompensas, y la mayoría prefería evitar enfrentarse a ellos.

—Volviendo a lo del Trigani —intervino Korra, con una leve pausa—. Dijiste que se cree que lo posees, pero... ¿realmente lo tienes?

Sora bajó la mirada, como si el peso de los recuerdos fuera demasiado.

—Mi madre fue la última portadora —comenzó, su voz temblorosa—. Me enseñó todo sobre este tema. A su Trigani lo llamaba 'Blimil'. Desapareció cuando yo tenía 16 años. Un día antes de irse, me dijo que Blimil me protegería, mientras señalaba mi pecho. Nunca volví a saber de ella.

—Lo siento mucho, Sora. Debe haber sido muy duro —añadió Shiina con un tono delicado.

Un incómodo silencio se instaló en la habitación, como si nadie supiera cómo seguir.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Akie, rompiendo la tensión con su curiosidad habitual.

—Tengo 19 —respondió Sora brevemente.

—¿Qué? ¿Tan pequeña y eres más vieja que yo? —dijo sorprendido.

—¡Maldito! No sabes cómo tratar a una dama —respondió Sora muy molesta.

—Akie, eres un completo idiota —dijo Shiina, rodando los ojos con exasperación.

—Akie y yo tenemos 17 —agregó Korra, sonriendo levemente ante la situación.

—Yo tengo 14 —dijo Shiina, sonriendo a Sora—. Espero que podamos llevarnos bien.

—Igualmente —respondió Sora, sintiendo alivio ante la amabilidad de Shiina. Después de una pequeña pausa, miró a Korra y preguntó—. Oye, ¿me puedes desatar?

Una vez liberada, la incertidumbre sobre qué hacer a continuación llenó el aire. Korra no podía evitar sentir escalofríos ante la incertidumbre del futuro. Por el resto del día, decidieron darle a Sora algo de paz, acompañándola y brindándole momentos de tranquilidad.

A la mañana siguiente, Akie y Sora acordaron regresar a la cueva para recuperar las provisiones que ella había dejado. Shiina aún dormía, y Korra, sentado al final de la cama, se sumió en sus pensamientos, absorto en la confusión que le rondaba. Ni siquiera se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que sintió un abrazo por el costado. Era Shiina, quien se había despertado silenciosamente y se acercó a él.

—Últimamente han pasado muchas cosas... —comenzó Shiina en voz baja—. No creo que debimos haber aceptado ayudar a esa chica. Apenas podemos con nosotros mismos.

Las palabras de Shiina resonaron en la mente de Korra. Sabía que su hermana tenía razón, pero se sintió incapaz de responder de inmediato. Tras unos segundos de silencio, respondió con esfuerzo:

—Mientras yo esté aquí, nada te va a pasar.

Shiina lo miró con una sonrisa de confianza, aunque sus ojos mostraban preocupación.

—Lo sé. Siempre me cuidas. Pero... ¿qué vamos a hacer ahora?

Korra suspiró.

—No lo sé. Somos como cuatro almas atrapadas entre la espada y la pared.

La Última AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora